Nicolás Sánchez Durá y Hasan G. López Sanz

Auspiciada por el Instituto de Etnología de la Universidad de París y por el Museo de Etnografía del Trocadero, la Misión etnográfica y lingüística Dakar-Djibouti inauguró la era de las grandes investigaciones de campo de la etnografía francesa. Dirigida por Marcel Griaule, futuro primer catedrático de etnología de la Sorbona, y ocasión de la escritura de L’Afrique Fantôme de Michel Leiris, la expedición atravesó el continente africano desde el Atlántico hasta el mar Rojo cruzando los actuales Senegal, Malí, Burkina Faso, Níger, Benin, Nigeria, Chad, Camerún, República Centroafricana, República del Congo, Sudán, Etiopía, Eritrea y la República de Djibouti. En su recorrido de veinte mil kilómetros realizó dos “investigaciones intensivas” -entre los dogón en el escarpe de Bandiágara (Malí) y en Gondar (Etiopía)- recogió unos 3600 objetos, 300 manuscritos etíopes e hizo unas 6000 fotografías, estudios etno-musicales, lingüísticos, zoológicos, botánicos y etnográficos. La Misión Dakar-Djibouti permite entender la constitución de la Etnografía como disciplina al servicio de la Antropología, a la par que la matriz de la ulterior etnología africanista francesa. En este sentido, sus resultados dieron el impulso definitivo para que el viejo Museo de Etnografía del Trocadero se convirtiese en el Museo del Hombre de París, que estableció un discurso humanista sobre la otredad cultural y cosmopolita sobre la humanidad. Podríamos decir, utilizando la terminología de James Clifford, que este ensayo lo es sobre un hito fundamental de la constitución de la autoridad etnográfica francesa. Con todo, también se muestra como una forma de racionalizar la administración colonial francesa –en un contexto de crítica anticolonial- y un medio para concurrir en los conflictos de prestigio entre las potencias coloniales europeas. Además, se muestra como en el caso francés dicha autoridad etnográfica se da en el cruce con las corrientes artístico-literarias de vanguardia de la época, especialmente del surrealismo, la creciente pasión por el art nègre, tan en boga en aquel periodo, y las exposiciones coloniales (y su crítica), deslindándose y afirmándose frente a los grandes raids automovilísticos a través del Sahara y de África de principios del siglo xx.

 

Mapa del trayecto de la misión Dakar-Djibouti reproducido en la primera edición del libro de Michel Leiris L’Afrique fantôme. Gallimard, Paris. 1934.

.

La misión etnográfica y lingüística Dakar-Djibouti (1931-1933) y el fantasma de África

La Misión Etnográfica y Lingüística DakarDjibouti, dirigida por el etnólogo Marcel Griaule, futuro primer catedrático de etnología de la Sorbona, fue la primera gran expedición etnológica francesa bajo los auspicios de la República y de las instituciones científicas de su tiempo. [2] Llegada a Dakar el 31 de mayo de 1931, proveniente del puerto de Burdeos donde había embarcado con todo su material en el SaintFirmin el 19 del mismo mes, la expedición cruzó durante veintiún meses el continente africano por su parte más ancha, desde el Atlántico hasta el mar Rojo, bordeando el límite inferior del desierto del Sahara. El viaje hasta Dakar duró más de 10 días y los expedicionarios, en la larga espera hasta su destino, se dedicaron a entretenerse con rudimentos de la investigación etnográfica que les esperaba. Marcel Griaule hacía fotos y las revelaba en su improvisado laboratorio fotográfico, mientras que Mouchet y Leiris hacían sus primeras indagaciones lingüísticas con un grupo de la etnia kru que viajaba en el barco para ser repatriado después de haber trabajado como fogoneros en un carguero francés. Además, en su escala en la isla de Tenerife el día 26 de mayo, la Misión hizo algunas averiguaciones sobre los guanches que habían habitado la isla. [3]

En su recorrido, la expedición realizó dos «investigaciones intensivas », en el escarpe de Bandiágara (Sanga, Malí) entre los dogón, y en Gondar, Etiopía. En total recogió unos 3.600 objetos, 300 manuscritos y amuletos etíopes, hizo unas 6.000  fotografías a la vez que estudios etno-musicales (zoo registros sonoros), lingüísticos, zoológicos (incluido el aporte de varios animales vivos para el Museo Nacional de Historia Natural), botánicos y etnográficos.[4] Llegada a Djibouti después de recorrer unos veinte mil kilómetros, embarcó de regreso el 7 de febrero y amarró en Marsella el 16 del mismo mes. La «Dakar-Djibouti» sintetiza de manera especial y preeminente muchas de las notas características de una época. Una época de un mundo ya periclitado, pero no por ello desprovista de enseñanzas. Porque no es posible entender el África de nuestro presente si no es aquilatando, una y otra vez, el periodo colonial, las trasformaciones materiales y sociales que produjo, pero también los discursos que generó. Es cierto que no sólo el colonialismo explica la compleja realidad africana de hoy. Pero no es menos cierto que la imaginación y actitudes europeas respecto del continente negro quedaron profundamente marcadas por ese periodo.

A la vez, las poblaciones africanas no sólo sufrieron expolios económicos y trastornos políticos y demográficos de largo alcance, también su futuro se vio afectado por los discursos sabios conexos con el poder colonial. Discursos que produjeron mecanismos complejos y contradictorios de identificación y de etnificación que perviven de múltiples modos. Ahora bien, en este sentido, no cabe duda de que entre los discursos científicos que la Europa colonial generó, el más relevante en el ámbito de las ciencias humanas fue la etnología.

No sólo Francia dominó colonialmente África, otras potencias europeas lo hicieron. Parece innecesario nombrar a la entonces también poderosa Inglaterra, Bélgica, Portugal, a la Alemania anterior al tratado de Versalles, a Italia e incluso España. Pero todavía produce pasmo, tal fue su magnitud, el observar sobre los mapas la gran extensión de lo que se dio en llamar el África Occidental Francesa (A.O.F), el África Ecuatorial Francesa (A.E.F) y el resto de sus dominios en el continente (colonias o protectorados): Mauritania, Senegal, Guinea (Conakry), Sudán Francés (actual Mali), Alto Volta (Burkina Faso, desde la independencia), Costa de Marfil, Togo, Dahomey (Benín, desde la independencia), Níger (A.O.F); Chad, Camerún, Gabón, Congo Brazzaville y Oubangui Chari (República Centroafricana desde la independencia) (A.E.F); además, habría que sumar, partes del actual Marruecos, Argelia, Túnez, la Costa Francesa de los somalíes (Djibouti), Madagascar, La islas Comores y La Reunión. Sin que las cifras sean precisas, dada la precariedad de los medios y el difícil acceso a las poblaciones muy desigualmente repartidas en cuanto a su densidad, según el censo de 1936 el A.O.F tenía 14.488.828 habitantes; el A.E.F, 3.000.000; Argelia, 5.500.000; Marruecos, 4.500.000; Túnez, 1.900.000 y Madagascar, 3.500.000. [5] La Misión Etnográfica y Lingüística Dakar-Djibouti recorrió gran parte del África Occidental y Ecuatorial francesas según un itinerario que atravesaba los actuales Senegal, Malí, Burkina Faso, Níger, Benín, Nigeria, Chad, Camerún, República Centroafricana, borde septentrional de la República del Congo, Sudán, Etiopía, Eritrea y la República de Djibouti, donde llegó a mediados de enero de 1933.· Durante su recorrido, según el mapa político de la época, la expedición liderada por Griaule cruzó diez países bajo dominio francés; sólo Nigeria (bajo dominio británico), la República del Congo (entonces belga), Sudán (parte del condominio anglo-egipcio), Etiopía (siempre independiente) y la Eritrea italiana no lo estaban.

La impronta colonial de la misión Dakar-Djibouti está inscrita en su proyecto desde su concepción y justificación ante el mundo académico y la República. Puede apreciarse explícitamente en documentos en apariencia de índole meramente científica, como el folleto Instrucciones sumarias para los recolectores de objetos etnográficos, [6] o en la conferencia «Objetivos y método de la próxima misión Dakar-Djibuti» (conferencia que pronunció Griaule en el Museo de Etnografía del Trocadero la tarde de la inauguración de la exposición que mostraba el material de intendencia de la expedición y las donaciones en especie de algunos de sus patrocinadores privados); [7] pero igualmente es llamativa esa impronta en documentos netamente políticos, como el Proyecto de Ley sometido a la Asamblea Nacional y aprobado el 31 de marzo de 1931, donde se imputó a la expedición una subvención de 700.000 francos.

Las Instrucciones sumarias para los recolectores de objetos etnográficos se publicaron, como reza su colofón, con los fondos recaudados en la gran Gala de Boxeo organizada por Paris-Ring el 15 de abril de 1931 en el Circo de Invierno de París. En el combate, el campeón mundial de pesos gallo Panamá Al Brown se enfrentó al campeón de Francia de pesos pluma, Roger Simendé. Aunque anónimo, dicho opúsculo lo redactaron Marcel Griaule y Michel Leiris a partir de los cursos impartidos en el Instituto de Etnología de la Universidad de París y su edición literaria corrió a cargo del «Museo de Etnografía (Museo Nacional de Historia Natural) y de la Misión científica Dakar-Djibouti». El objeto del folleto era instruir a los colonos y a los administradores coloniales para que normalizarán y sometieran a un canon estandarizado -según un sistema de fichas, clasificaciones, entradas y categorías- lo que era habitual y azaroso, la colección de objetos indígenas «curiosos» (desde el punto de vista exotista), considerados documentos etnográficos desde el punto de vista de los etnólogos. Recogidos, almacenados o vendidos sin ninguna información asociada (lugar, fecha, etnia, nombre, uso, etc.), los objetos perdían su valor informativo y documental. No se trataba de impedir o perseguir ese hábito de, podríamos decir, «coleccionismo salvaje», sino de que, dicho con las palabras de la conferencia «Objetivos y método…», «en lo que concierne a las colonias francesas en las que tenemos la suerte de poder contactar con un personal de élite que tales hombres funcionen, en cierto modo, como un apéndice nuestro y continúen nuestro esfuerzo». Aprovechando la estructura empresarial y administrativa colonial, el objetivo era «crear centros de estudio, núcleos de información», pues «conviene decirlo, los colonos han hecho estudios sobre los pueblos y sobre las comarcas donde viven cuyo interés es capital para la historia de la humanidad y para la solución de los problemas de la colonización». Esa era la función de las Instrucciones sumarias..., el ser un manual de adiestramiento para la creación de aquellos centros de estudio o núcleos de información proto-etnográfica de base netamente colonial. Pues bien, las instrucciones comenzaban con un breve epígrafe definitorio sobre qué debía entenderse por etnografía, para pasar a otro no menos breve donde se subrayaba su valor: «No solamente es preciosa la etnografía para el estudio del hombre prehistórico, del cual restituye el medio, y del hombre moderno, sino que también aporta a los métodos de colonización una contribución indispensable, revelándole al legislador, al funcionario y al colono los usos, las creencias, leyes y técnicas de las poblaciones indígenas, haciendo posible una colaboración con ellas más fecunda y humana, conduciendo así a una explotación más racional de las riquezas naturales». [8]

Esa impronta colonial se remonta a las primeras memorias generales del proyecto de la Misión del Museo de etnografía del Trocadero, y también se aprecia explícitamente en textos netamente político-administrativos como es el Proyecto de Ley presentado ante la Asamblea Nacional con el fin obtener cobertura y financiación públicas. La primera memoria general del proyecto de la Misión es del mes de junio de 1930. Este primer esbozo irá tomando progresivamente forma, siendo sustituido por otro muy similar fechado el día 23 de septiembre del mismo año. En la memoria, se fija como uno de los objetivos principales la «reunión de importantes colecciones y la toma de contacto con los organismos administrativos y militares en vistas de una colaboración ulterior». [9] No es baladí que la memoria incidiese en estos aspectos, sobre todo teniendo en cuenta que se pretendía obtener apoyo político y económico oficial. La Dakar-Djibouti debía convertirse en una cuestión de estado, y en ello pusieron todo su empeño desde el primer momento Marcel Griaule y George-Henri Riviere, gran impulsor de la expedición y subdirector del Museo de Etnografía del Trocadero. Así, tal y como está escrito en la agenda de la Misión de 1931, el día 9 de enero, Marcel Griaule se reunió con Gaston Palenski, entonces Director del gabinete del diputado Paul Reignaud, quien le dio una serie de consejos sobre cómo elaborar el texto base para la redacción del proyecto de ley que debía presentarse ante la Asamblea Nacional. En la agenda se puede leer:

«Consejos de Palenski para el proyecto de ley: 1° Exposición sumaria de las investigaciones etnográficas alemanas (Frobenius). 2Q Necesidad de una gran misión etnográfica destinada a formar personal sobre el terreno, reunir colecciones a precios abordables, acumular objetos de cambio con otros museos, facilitar investigaciones científicas diversas. Plan de la misión. 4Q Efectivos y ejecutantes: un profesor del «College de France, etc.. Patrocinios y garantías Por estas razones proyecto de ley siguiente: 1Q Una misión de investigaciones etnográficas y paleontológicas se ha constituido con el motivo… Se requerirá del presupuesto del ejercicio 193cr1931 una suma de 400.000 francos, y sobre el presupuesto del ejercicio 1931-1932 una suma de 300.000 francos. Destinados a sufragar los gastos de la misión llamada Dakar-Djibouti». [10]

 

Agenda I, 1931,. depositada en los «Fondos Marcel Griaule», en la Universidad Paris X-Nanterre.

 

El proyecto de ley presentado por el Ministro de Instrucción Pública y de las Bellas Artes Mario Roustan, reproduce el esquema anterior y toma párrafos enteros de las memorias generales de la Misión. El texto, reproducido en la revista de la Société des Africanistes, [11] no tiene desperdicio. Como en las diferentes memorias y en las Instrucciones sumarias, lo cual adquiere visos de obsesión, se insiste que el tiempo se acaba, que el contacto cada día más íntimo de los europeos con los indígenas hace que las instituciones, las lenguas y las técnicas desaparezcan y que los objetos «sean drenados por los coleccionistas o las expediciones extranjeras». El mismo efecto tiene el turismo, «actividad que hay que alentar», pero que es «uno de los grandes enemigos del observador… y contribuye a la desaparición del hecho etnográfico». Pero la justificación de la Misión, que hemos dicho repite los argumentos de fomentar una colaboración «más humana y más fecunda» con las poblaciones indígenas para alcanzar una explotación más racional de las riquezas naturales, se inscribe en el marco de la competencia y los conflictos de prestigio y hegemonía de las potencias coloniales. En particular, la necesidad y utilidad de la Misión se conecta con la carencia en Francia de un museo de etnografía a la altura de los que poseían otras naciones del concierto colonial. Sí, se subraya, «numerosos colonos, a lo largo del siglo XIX, han enriquecido la metrópoli, con sus colecciones, ya sea que, como viajeros, se hayan aventurado en regiones entonces desconocidas, que, siendo militares, hayan sido parte activa de la colonización, o que, en tanto administradores, comerciantes, ingenieros, misioneros, médicos o sabios no especializados en los estudios etnológicos» se hubieran dedicado a exceder su actividad propia ensanchando el acervo francés. He aquí pues toda la constelación de los agentes de la colonización.

Pero Francia, afirma el proyecto de ley, no dispone de instituciones museísticas como las fundadas por las otras naciones, instituciones como «el Museo del Congo Belga en Bruselas-Tervueren, el Instituto Colonial de Ámsterdam o la Institución Smithsoniana en Washington, etc.» Con todo, el ministro, en declaraciones a la prensa un mes antes de someter al parlamento el proyecto de ley, formuló un curioso bucle entre necesidades museísticas, explotación racional de las colonias, «humanismo» y orden público y militar. Inglaterra, no mencionada en el proyecto, es aquí el ejemplo: los ingleses lo han comprendido bien, al crear en Costa de Oro, en 1922, un «Servicio de Antropología, es decir de etnología, reclamado desde hacía tiempo por los gobernadores y que, apenas instalado, tuvo ocasión de justificar su existencia… , el hecho merece ser traído aquí: la administración inglesa estaba a punto de tomar, a propósito de un objeto sagrado venerado por los ashanti, una medida aparentemente anodina pero que hubiera fatalmente provocado una insurrección en el interior de la colonia. Advertido, el jefe del servicio de antropología previno al gobernador del peligro inminente. El objeto fue respetado y los espíritus se calmaron. Así se evitaron los gastos de una expedición de represalia y se ahorraron muchas vidas humanas» .[12] En cualquier caso, los objetivos que se le asignan a la Misión son de una magnitud considerable, abarcando la etnografía, la arqueología, la lingüística, la musicología y las ciencias naturales.

Para subsanar esa falta de sistematicidad, de rigor científico en la recogida de objetos museables y de las observaciones etnográficas, se creó el Instituto de Etnología de la Universidad de París, sigue exponiendo el proyecto de ley, «cuyos maestros imparten enseñanza a los futuros colonos y, a la vez, a los que desean especializarse en las ciencias etnológicas». De forma análoga, el texto acaba asegurando que, lejos de limitarse a sus propios trabajos, la misión «comunicará a los colonos sus métodos, alentará sus investigaciones y establecerá relaciones perdurables entre ellos y los establecimientos científicos de la metrópoli». Así las cosas, no es sorprendente que las primeras líneas del texto de lo que finalmente fue ley establezca una conexión directa entre el proyecto de la misión etnográfica y la Exposición Colonial Internacional de 1931 que según el Ministro de Instrucción Pública debía de mostrar al mundo el interés de Francia por el estudio «de las civilizaciones de nuestras posesiones de ultramar».

 

Colonialismo, exposiciones y negaciones

En el contexto de la crisis económica de los años 30, el gobierno francés puso todo su empeño para que la Exposición de 1931 fuera un éxito que defendiera la importancia de las colonias cuando muchos cuestionaban su necesidad. Inaugurada en París pocas semanas antes de la partida de Misión, todavía incluía lo que se había convertido en una atracción muy popular, los «Villages Noires». El fenómeno de los «Villages noirs» se caracterizó principalmente por la puesta en escena de la alteridad exótica en toda su extrañeza. Retomados por las Exposiciones Universales, Coloniales y Regionales, habían sido empresarios privados quienes previamente los habían llevado a lugares como el Jardín de Aclimatación de París o los Campos de Marte. Cerca de 30 Exposiciones se realizaron en Francia en el intervalo de 1900 a 1937 y, sin duda, la de París de 1931 fue la más importante. Especialmente durante el periodo de entreguerras, las Exposiciones fueron un dispositivo muy relevante para la difusión de la ideología colonial. Teóricamente, en ese periodo ya no se trataba de mostrar la alteridad exótica en tanto mero objeto de curiosidad y entretenimiento de masas, como había sido la tónica a finales del siglo XIX y principios del XX. Ahora se trataba de mostrar al público que, a pesar de las diferencias de aspecto y de la rareza de las costumbres «indígenas», estas poblaciones habían aportado, aportaban y debían seguir aportando todavía más cosas positivas al futuro de la República francesa. Un argumento clave, que defendieron políticos y militares interesados en las cuestiones coloniales, fue el del papel que las tropas coloniales durante la Primera Guerra Mundial. La Gran Guerra había dado la oportunidad de ver combatir por Francia a los oriundos de las colonias, que murieron y sangraron por decenas de millares en los frentes de las grandes batallas. En lo que respecta a África son conocidas las compañías de zuavos y los famosos Tirailleurs du Sénégal, denominación que refiere a todas las tropas provenientes del África Occidental Francesa y no sólo del actual Senegal. Los «salvajes» se habían convertido en «indígenas», hijos de la República francesa. Ese cambio se hizo patente también en la iconografía.

 

Tarjeta postal de la Primera Guerra Mundial «En Alsacia – Tirailleurs senegaleses rechazando un ataque». Colección Nicolás Sánchez Durá.

 

 

Lucien Jonas, Cartel «Jornada de la armada de África y de las tropas coloniales», 120 x 80 cm. Devambez, Paris, 1917. Bibliotheque Forney, Ville de Paris.

 

El tirailleur se convirtió en un icono utilizado en la publicidad y ganó protagonismo en las tarjetas postales de carácter bélico que se difundieron durante este periodo, al combatir en zonas tan sensibles para el espíritu patriótico como Alsacia. En el ámbito comercial, la publicidad del desayuno Banania es el ejemplo más claro. El célebre cartel que De Andreis pintara en 1915, y que tuvo sucesivas versiones en la posguerra (1920, 1927… ), se diseña en el momento en que los primeros batallones senegaleses, que han sufrido grandes pérdidas, comienzan a ser licenciados para integrarse en lo sucesivo en regimientos mixtos (uno de cada cinco no volverá a casa). En cualquier caso, de los cerca de cuatrocientos carteles que se publicaron durante la guerra y en la inmediata posguerra, sólo se dedicaron apenas una docena a las tropas africanas. Los tres primeros, publicados en junio de 1917, lo fueron para rendir homenaje al valor de esas tropas en la Jornada del Ejército de África y de las Tropas Coloniales. [13]

El anuncio de Banania, supone una imagen exótica pero «simpática», el negro, un tirailleur uniformado, ya no come cosas horrorosas, desayuna lo mismo que cualquier ciudadano de la metrópoli y, de siempre, las diferencias extremas en la dieta se habían considerado un síntoma de salvajismo (o, en el extremo, de cierta inhumanidad). Es más, en este caso el anuncio dice que el delicioso desayuno «es para estómagos delicados». Con todo, habla mal para expresar su satisfacción, «Y’a bon».

 

De Andreis, cartel «Bananian, 163 x 123 cm. Camis, Paris, 1915. Bibliothèque Forney, Ville de Paris.

 

Cartel «Exposición Colonial-Marsella 1906, desde el 15 de abril al 15 de noviembre». David Dellepiane 120 x 160 cm. Moullot, Marsella.© FR ANDM 9F1575.

 

Después de la guerra de 1914-18, la primera gran Exposición Colonial organizada en Francia fue la de Marsella del año 1922. En ella se escenificó el mundo colonial y sus poblaciones. Pero ya no se trataba sólo de crear espacios ficticios que abstraían a los individuos de su contexto social y no permitían al ciudadano más que ver reproducidos los habituales estereotipos sobre el continente africano y sus poblaciones; sino que, aún siendo los “Villages Noirs” una de las principales atracciones, se reunió cuantiosa información en forma de estadísticas, informes y documentos oficiales sobre las colonias. En ellos se reflejaban en términos económicos los beneficios que Francia extraía o extraería a la larga de las colonias, a la vez que se mostraba cómo la población indígena participaba en ese sistema y contribuía a su funcionamiento. No obstante, los «Villages Noirs» o «Villages Africains», como se llamaron en ocasiones, siguieron reproduciendo- si bien atildados con afeites humanistas- los mismos estereotipos que se difundieron en las exposiciones anteriores a la Primera Guerra Mundial. Los «Villages», ya “Noirs” ya “Africains”, seguían siendo espacios reservados para el exotismo. Además, la dimensión divulgativa no era en definitiva el elemento principal que atraía al vulgo, sino el elemento mistérico derivado todavía de las ensoñacianes primitivistas Otras exposiciones, como la Estrasburgo o Grenoble, siguieron a la Exposición Colonial de Marsella. Huelga decir que las tarjetas postales y fotografías en formato tarjeta de visita seguían la línea de las de Marsella. Si el visitante adquiría toda la serie, podía recorrer nuevamente el trayecto de la Exposición con sus protagonistas, sin moverse de su casa: la puerta de entrada, los diferentes gremios y actividades, etc.

 

Tarjeta postal de la Exposición Colonial de Marsella, 1922. «Palacio del A.D.F. Un grupo de danzantes senegaleses». Collection Gérard Lévy, París.

 

Tarjeta postal de la Exposición Colonial de Estrasburgo, «La sala de las danzas», 9 x 14 cm. 1924. Collection Gérard Lévy, París.

 

El día 6 de mayo de 1931 se inauguró la Exposición Colonial Internacional de París con la presencia del presidente de la República Gastan Doumergue y el Mariscal Lyautey, héroe colonial y comisario General de la Exposición. En los meses que duró, tuvo más de treinta millones de visitas, incluidas personalidades como el rey y la reina de Bélgica, la reina de Holanda o representantes de los gobiernos de Inglaterra, Italia o Portugal. El lugar elegido para su emplazamiento fue el bosque de Vincennes, lugar en el que todavía hoy pueden encontrarse vestigios del gran evento. Sin duda alguna, el más importante es el edificio de la actual Cité nationale de l’histoire de l’inmigration, un edificio que albergó lo que se conocería como Museo permanente de las colonias y del que destaca su fachada, donde están talladas en piedra las principales gestas coloniales del imperio francés y los nombres de sus protagonistas.

Para hacerse una idea de la magnitud del evento, basta con ver el plano de la Exposición e imaginarse 110 hectáreas de terreno ocupadas por edificios representativos de la arquitectura local y monumental de las colonias francesas, así como de los territorios confiados por la Sociedad de Naciones después de la Primera Guerra Mundial. Además, en la Exposición Colonial se reservó un espacio a las principales potencias coloniales europeas: Bélgica, Italia, Holanda, Estados Unidos, Dinamarca, Portugal, etc., con una gran ausente, Inglaterra. Así, el bosque de Vincennes ofrecía la oportunidad, tanto a la población francesa como a los turistas de paso por París, de obtener una visión de conjunto del universo colonial en ese momento.

 

Plano de la Exposición Colonial de París de 1931, «La familia Amulette en la Exposición Colonial», doble página de Benjamin. Aux colonies! Suivez le guide, ed Benjamin Numero spécial vacances du Jounral Benjamin (Le journal comme papa). Bibliothèque L’Heure Joyeuse, París.

 

Además de los pabellones coloniales, la Exposición reservó un espacio a la Francia metropolitana. En él se presentaron los principales logros de la tecnología moderna. Otro de los edificios importantes fue la Cité des informations, un edificio moderno donde el visitante obtenía información sobre el imperio colonial francés y que a su vez le servía de introducción de lo que podría ver durante su recorrido. De las secciones que más llamaron la atención del público destacan dos: Indochina y el África Occidental Francesa. El éxito de la primera se debió principalmente a la reconstrucción de una parte del famoso templo de Angkor; el del África Occidental Francesa, a sus construcciones inspiradas en la arquitectura saheliano-sudanesa y las danzas africanas. En este segundo caso, lo más curioso es que la mezquita de Djenné, considerada durante mucho tiempo un arquetipo de arquitectura sudanesa, fue construida por orden de un administrador colonial francés y mal recibida por la población local que se negaba en la medida de lo posible a acudir allí para rezar.

Llamativos slogans y carteles propagandísticos invitaban al público a asistir a la Exposición: «Una vuelta al mundo en un día», «El viaje más bello a través del mundo». «¿Sabía usted que Francia era tan grande?». [14] Mediante propaganda, prensa y radio convocaban al potencial espectador para que acudiese a la Exposición. En las diferentes secciones, había restaurantes donde el visitante podía degustar platos típicos de cada uno de los países representados, incluida como no, la cocina francesa. Además de los restaurantes, en cada una de las secciones se había habilitado una zona para la venta de productos típicos de las diferentes regiones, así como puestos donde se proponían al visitante actividades diversas. Estos estaban dirigidos por presuntos nativos: en algunas fotografías de la Exposición puede verse a los camelleros paseando a los asistentes por la sección de África; a los piragüistas, generalmente venidos de Dahomey (Benin) o de La Martinica, cruzando a los visitantes de una parte a otra del lago Daumesnil; a los comerciantes y artesanos vendiendo recuerdos e imitaciones de objetos tradicionales y rituales, etc.

Cada sección de la Exposición tenía su día de fiesta. En el capítulo del Rapport general de l’Exposition Coloniale Internationale dedicado a la vida de la sección del África Occidental Francesa, puede leerse: «Sur l’esplanade qui leur faisait face et qu’en-cadraient les cases rondes du camp des gardes, des séances de danse avaient lieu pendant le jour». [15] De forma rotatoria, pasaron por la· sección algunas de las etnias supuestamente más pintorescas de los países bajo jurisdicción francesa. Fue el caso de los dogón, que tanto llamaron la atención de Marcel Griaule con sus danzas de máscaras durante la misión Dakar-Djibouti. En el mismo Rapport géneral… puede leerse: «La Sección disponía de cuatro grupos de danza: los bailarines de Dahomey, los de Bandiagara, el tam-tam acrobático de Man, el tamtam de los niños de Man, a los cuales se añadía el tamtam de las jóvenes de Siguiri. Los diversos grupos de bailarines dieron por turno rotativo varias sesiones de danza por día, hasta el momento en el que la llegada de los primeros fríos obligó a repatriarlos a sus pueblos». [16]

Desde el mes de mayo hasta el mes de noviembre de 1931, todos los domingos por la tarde un cortejo de «indígenas» desfiló por la Gran Avenida de las Colonias. Los espectáculos se presentaban de forma alterna; un día «La Feria africana», otro «El Mundo Colonial que baila y canta», otro aún «Las noches coloniales» y finalmente, «El adiós a las colonias». Los espectáculos hicieron acudir masivamente a la población durante más de 150 representaciones repartidas durante el tiempo que duró la Exposición. [17] Pero ¿en qué aspectos insistían las fotografías que se hicieron y difundieron? ¿Qué imagen se dio de la Francia colonial, y en particular, de las colonias del continente africano? Como en el caso de las Exposiciones anteriores, aunque ahora con toda una parafernalia mistificadora, la Exposición Colonial en general y las representaciones fotográficas en particular, reafirmaban el racismo popular.

 

Exposición Colonial de París, 1931. Copia sobre papel baritado. Collection Gérard Lévy, París.

 

Como ha señalado Catherine Coquery-Vidrovitch, la Exposición Colonial de París presentó un «azar mitificado». [18] La reconstrucción de los «Villages Noirs» se mostraba al público como una realidad colonial: «De hecho se trataba de un personal que había sido reclutado por las administraciones imperiales, asalariados que estaban ahí para representar imágenes coloniales llamadas a convertirse posteriormente en «imágenes verdaderas» publicadas muy ampliamente en la prensa de la época. [19] La autora reafirma su tesis mostrando cómo las representaciones ofrecidas durante la Exposición fueron retomadas por la prensa de la época como si de la realidad se tratase. André Demaison, uno de los escritores coloniales franceses más conocidos del periodo de entre guerras, subrayó en la Guía Oficial de la Exposición Colonial que el visitante se había dirigido allí no sólo por distracción, sino «porque habéis sentido que la gran colectividad humana llamada FRANCIA tenía hoy unos horizontes más vastos que los que estáis habituados a considerar sobre el mapa de Europa». [20]

Los medios de comunicación difundían una imagen precisa del indígena como figurante, y en la medida en que esto sucedía, los espectadores que se acercaban esperaban que lo que iban a ver se correspondiese con esas representaciones periodísticas. Por otro lado, tanto las fotografías en formato tarjeta de visita como las postales vendidas ofrecían una imagen exotizante y magnificada del continente africano. La serie de tarjetas postales se cuenta por más de mil. Mostraban los pabellones desde todas las perspectivas imaginables, ofrecían al visitante la posibilidad de comprar imágenes coloreadas, vistas nocturnas de las avenidas, monumentos de la exposición, etc.

En general, en las postales no hay público presente. Los auténticos protagonistas son los edificios, las calles, las fuentes de la Exposición. Algunas tomas confunden. Viéndolas, el espectador desprevenido no sabría diferenciar si está en París o en África. Pero no en un África colonizada, sino pura, arcaica, tradicional, salvaje y fantaseada. Por el contrario, las fotografías en formato tarjeta de visita ofrecían una perspectiva diferente. En la medida en que eran hechas por fotógrafos profesionales dentro del recinto y vendidas como souvenir a los visitantes, éstos podían sentirse parte integrante de la Exposición, llevarse un recuerdo a casa de la fiesta a la que habían asistido, valorar la cantidad de gente que había acudido para ver tal o cual espectáculo, o simplemente, verse a sí mismos posando en alguno de los lugares emblemáticos del recinto. Hay que añadir, además, las fotografías que los visitantes hacían con sus propios aparatos fotográficos.

Se ha sabido que la mayoría de los «indígenas» de la Exposición Colonial había frecuentado la escuela profesional. Seis de ellos, malgaches, incluso obtuvieron permiso para permanecer en París tras el cierre de la Exposición con el fin de seguir con sus estudios. En otros casos, se trató de trabajadores enumerados que en función de su origen gozaban de un estatus u otro. Por ejemplo, los artesanos-comerciantes de Túnez y Marruecos habían hecho construir tiendas. Se beneficiaban de un régimen cercano a la concesión, pagando una retrocesión de los beneficios al comisariado de la sección tunecina o marroquí. No existen datos precisos sobre esta cuestión, pero sí se sabe que éstos tenían incluso horarios regulados y un día de fiesta por semana, en principio el lunes, el día de menor afluencia de público.

Lo dicho muestra pues una realidad compleja, no exenta de tensiones y conflictos de puntos de vista. Pero a pesar del cambio de percepción general debido a la quiebra antropológica de la Gran Guerra – donde el indígena ya no es percibido como salvaje indómito y las poblaciones europeas tienen una concepción más escéptica o pesimista de «su» civilización- , ese viraje se inscribe todavía en la lógica «civilizadora» colonial oficial, como puede apreciarse en la innúmera cantidad de documentos fotográficos producidos por la Agencia Económica de la Francia de Ultramar y otras instituciones de la administración colonial: fotografías del trabajo fabril, de las grandes explotaciones agrícolas, de infraestructuras y vías de comunicación, de los administradores coloniales dirigiéndose a las poblaciones, nuevos poblados de colonización construidos junto a los asentamientos nativos, escenas de caza, evangelización… y representaciones étnicas objetivantes que a menudo siguen el mismo canon que las taxonomías botánicas y zoológicas. Se aprecia también en las publicaciones infantiles, incluidas las aparecidas para dar noticia a los niños de la Exposición de 1931, y en los cuentos edificantes o de propaganda evangelizadora. De hecho, las Exposiciones Coloniales son la expresión simbólico-política de esa lógica civilizadora. Pero todo ello convivía con críticas de la colonización y de la propia civilización que el colonialismo decía querer extender.

 

«Jefe de cantón dirigiéndose a sus administrados». Banfora, Alto-Volta (Burkina Faso). Copia argéntea

 

«Niños de una guardería católica». Yaoundé, Camerún. Copia argéntea 12’5 x 16 cm. 1931. Agencia económica de Francia de ultramar/Congregación de los padres del Santo Espíritu.© FR ANOM 30Fi64/9.

 

No por azar André Gide dedicó a la memoria de Joseph Conrad su ácido Voyage au Congo et Retour du Tchad (1929 ), ilustrado fotográficamente por el entonces joven Marc Allégret, su compañero de viaje (1924-25), que debutó cinematográficamente con una película del mismo título.

 

Portada de la primera edición de la obra de André Gide Voyage au Congo suivi du Retour du Tchad, illustrée de soixante-quatre photographies inédites de Marc Allégret. Gallimard, Paris, 1929. Colección particular.

Los surrealistas y los comunistas también lanzaron la consigna de no visitar la Exposición Colonial. Para los comunistas y los sindicatos de izquierda, la Exposición no era más que otra forma de explotación. En los «poblados africanos» los observados estaban separados de los espectadores por una valla. En la actividad económica se les explotaba y ahora, al exponerlos, se les humillaba convirtiéndolos en objetos de consumo. De forma paralela a la Exposición Colonial, otra exposición titulada «La verdad sobre las colonias» fue organizada y presentada por la CGTU, L’Humanité y La Liga contra el Imperialismo y la Opresión Colonial en el Pabellón de los Soviets, anexo de la Casa de los sindicatos. La contra-exposición duró 8 meses, desde el mes de julio de 1931 hasta febrero de 1932. En ella se mostraba la cara más cruda de la acción colonial francesa en los territorios de ultramar. [21] Fotografías sobre las guerras coloniales, dibujos satíricos, gráficos sobre los beneficios obtenidos gracias a la Coquer y explotación de los territorios colonizados, etc. Además de la contra-exposición, los comités de lucha repartieron octavillas en lengua malgache o francesa con consignas denunciando la opresión de los imperialistas explotadores, afirmando que la obra civilizatoria no era más que pura hipocresía con una innoble cara oculta. Otras octavillas en quôc-ngu advertían a los amnamitas de que se les había hecho venir a la Exposición para servirse de ellos «como de una tropa de extrañas bestias» y hacer de ellos «una banda de monos para un parque zoológico» . El Socorro Rojo Internacional imprimió panfletos anticolonialistas de título «La verdadera guía de la Exposición Colonial», que contenían cifras sobre «la represión en las principales colonias francesas », a la vez que dibujos ilustrando «violencias y masacres ». Lo mismo hizo el Partido Comunista que explicaba a los obreros franceses: «El imperialismo francés lucha para conservar y explotar las colonias. El Partido Comunista lucha por la liberación e independencia de las colonias», o «Los pueblos coloniales no piden gobernantes social-fascistas. Lo que reclaman es la independencia».

 

Cartel «Partido Comunista. Región marsellesa. Contra la Exposición Colonial Internacional. Por la independencia de la colonias», 1931. 85 x 61 cm.© FRANOM 9Fi404.

 

El colonialismo, como rezaba un cartel del PCF y de la CGTU, era riqueza para unos, y pobreza para la mayoría; expolio de las riquezas autóctonas, especialmente de las materias primas mineras (fosfatos, sal, petróleo, plata, plomo, azufre, zinc, hierro, cobre) y forestales, a la vez que mano de obra barata para las grandes explotaciones agrícolas y agropecuarias. También, disciplina policial y militar, represión y orden público. Pero además, en un cartel comunista de un mitin de Marsella llamando a la no asistencia a la Exposición Colonial de París aparece mencionado otro aspecto: los trabajos forzados, según el sistema de cambiar pago de tributos por trabajo en las grandes obras públicas y explotaciones. En este ejemplo se dice « 17.ooo negros han perdido sus vidas en la construcción del ferrocarril de África Ecuatorial Francesa». Lo cual nos lleva a Joseph Conrad de nuevo: esos negros que se mueven como hormigas, exhaustos, consumidos, que no tienen ni fuerza para levantarse e ir a beber, que se retiran a la sombra para dejarse morir, descritos por Marlow cuando llega a Matadí desde Boma según el relato de El corazón de la tinieblas ¿no estaban construyendo un ferrocarril (desde Matadí a Kishasa)? En cuanto a los surrealistas, su crítica incluye otro aspecto. Michel Leiris, el que fuera secretario archivista de la Dakar-Djibouti, escribió en 1929, dos años antes de partir, un breve artículo de título «Civilización» publicado en el nº 6 de la revista Documents. En él se avista críticamente la civilización desde la instancia de lo primitivo, que se identifica con fuerza natural, con vitalidad espontánea opuesta al artificio, con creatividad libre y apasionamiento no ahormado por formas culturales decadentes.

 

Cartel «100 años de dominación francesa ¡Para unos la miseria… para otros la riqueza! Bajo la bandera del partido comunista y de la CGTU en pie por la independencia de los pueblos colonizados» Imp. spécial pour affiches. c. 1930. 80 x 60 cm.© FR ANOM 9Fi27.

 

El punto de vista de Leiris es radical: no se trata de reivindicar algo entonces tan a la moda como las «artes primitivas» o el «artnaire», pues el Leiris de antes de la partida no piensa que bajo la categoría de arte se pueda subsumir «una máscara o una estatua, construidas con fines rituales precisos y complejos ». [22] Tampoco se trata de regenerar nuestras producciones culturales, «todas esas bellas formas de cultura de las que estamos tan orgullosos», gracias a las cuales nos consideramos civilizados. A su juicio, todas ellas son sosas, aburridas, mediocres, feas, vulgares, cobardes, acomodaticias, de una cortesía estéril; incluso la técnica es calificada de «fruto de una ciencia que nunca se despreciará lo suficiente». De tal manera que «la civilización puede compararse sin demasiada inexactitud con el verdín – magma viviente y detritos variados- que se forman en la superficie de las aguas estancadas y que a veces se solidifica y se encostra, hasta que un remolino viene>>. [23]

Su apología del jazz, o del circo y sus acrobacias con el riesgo físico que comportan, no lo es en función de que sean «un Arte propiamente dicho» -«arte», «esa espantosa palabra con mayúscula que sólo debería escribirse con una pluma llena de telas de araña»-, sino con el fin de que nos provoquen tal locura -«histeria», dice- que seamos capaces de realizar «actos sórdidos» y «extravagantes libertinajes». De acuerdo con Giacometti, piensa que la única obra de teatro posible sería aquélla en que se levantara el telón y apareciera un bombero gritando «¡Fuego!», para después bajar el telón y conseguir que la audiencia, presa del pánico, abandonara la sala en un «desorden feroz». Esa deseada emergencia de energía, de fuerza y poder Leiris la identifica, o bien con un acercamiento a «nuestros orígenes salvajes», o bien con dejar aparecer «el aterrador salvajismo, revelado por las fisuras» que soterradamente recorre nuestras vidas encorsetadas. Y, en este punto, las metáforas que elige indican un deseo de cataclismo. Porque ese salvajismo, que nos empeñamos en anonadar, romperá esa corteza de verdín pútrido produciéndose la catástrofe del volcán: «tocia nuestra vida, incluso nuestra respiración está relacionada con lavas, cráteres, géiseres».

El salvaje primitivo no se refiere tan sólo al otro lejano, sino que, al igual que en el Conrad de El corazón de las tinieblas, también está dentro de nosotros agazapado. Sin embargo, su libro L’Afrique fantóme, surgido de las anotaciones diarias a lo largo de la misión, no sólo es la crónica del viaje, la hilatura de sus impresiones, desgarraduras, emociones y transformación identitaria. También es el atestado de una decepción, la de aquél que no encuentra lo que pensaba encontrar y donde la impronta del colonialismo en sus múltiples formas, incluido el trabajo etnológico, le produce un progresivo malestar. El prólogo de L‘Afrique fantóme que escribió en 1950, para una edición posterior a la primera de 1934 requisada por el gobierno colaboracionista de Vichy, está cuajado de referencias a Joseph Conrad.

En la distancia, un Leiris que se sabe otro del que fue, nos dice explícitamente que el África que él vio ya no era la heroica de los pioneros de la que extrajo Conrad la materia de su novela. De hecho vuelve a referirse a él, al caracterizar su actitud en los tiempos de la expedición, cuando afirma que a través de su relato también se revela la suficiencia de un occidental cuyos cambios de humor tendían a identificarlo, en algunos instantes fugaces, al colonial brutal que nunca fue; aunque «un cierto gusto conradiano por los cabezas abrasadas de los confines me empujaba, por momentos, a tomar prestados algunos de sus gestos». [24] Pero, por otra parte, cuando en esta introducción quiere dar cuenta de su nuevo punto de vista, aparece otro Conrad como contraste. Leiris afirma que no hay «etnografía ni exotismo» que puedan mantenerse inermes frente a las graves cuestiones del colonialismo; y critica la etnografía como ciencia humana que, en cuanto disciplina con pretensiones científicas, permanece ajena a toda efusión sentimental, cautiva de una observación que se quiere objetiva e imparcial, pero que por esa misma razón no permite «contacto» alguno con las gentes descritas.

Tal perspectiva anticolonialista, dice, «ya no es un falaz intento de hacerse otro efectuando una inmersión -por otra parte completamente simbólica- en una «mentalidad primitiva» de la que tenía nostalgia». [25] Es en este punto donde Conrad aparece de nuevo, pues la nueva actitud del etnólogo anticolonialista la define como una «muy neta camaradería» que debe abandonar el papel romántico del buen blanco generoso que condesciende a bajar del pedestal de los prejuicios raciales para tomar partido por los que están al otro lado de la barrera: «tal como Lord Jim apostando su vida por fidelidad a un jefe malayo». Sólo unos meses antes de terminar este prefacio Leiris había pronunciado una conferencia en la Asociación de Trabajadores Científicos titulada «L’ethnographe devant le colonialisme». Ante un auditorio que contaba, entre otros, con la presencia de Aimé Cesaire, Claude Lévi-Strauss, Jean Rouch y Maxime Rodinson, redefinió el lugar que le correspondía al etnólogo en el recién inaugurado proceso de descolonización. [26] Si en un primer momento se había asumido que la etnografía debía contribuir a la racionalización administrativa de las colonias, a partir de ahora, dirá Leiris, el etnógrafo deberá convertirse en un «abogado natural frente a la nación colonizadora». [27]

Por otra parte, La moda ciudadana de lo exótico, especialmente todo lo relacionado con el «art naire», tan en boga, tenía un carácter ambiguo. En la contraportada de Un vent de folie. La Revue des Folies Bergéres. Programme de 1927, junto a un dibujo de Paul Colín, podía leerse: «Miss Baker les recibirá a media noche en su cabaret, en el número 40 de la calle Fontaine, donde se cita la élite parisina y extranjera». Ese pasión por la ajeno y distante bien podría calificarse de «humanismo cosmopolita snob»: por un lado, acercamiento y simpatía por lo africano, que incluso se ve como instancia desde donde avistar críticamente las normas y valores propios; por otro, y a la vez, representación imaginaria y fantasmática de lo negro, donde toda identidad particular -personal o comunitaria-es reducida a una abstracción naturalista: fuerza, vigor… instinto.

 

Contraportada con dibujo de Paul Colinde «Un vent de folie. La Revue des Folies Bergéres. Programme de 1927 n. Colección particular.

 

Lo hemos visto incluso en el Leiris con intención crítica de «Civilización». Se ha llegado a defender cierta equivalencia entre los etnólogos de la Dakar-Djibouti y los surrealistas: mientras los primeros se habrían dedicado a hacer familiar lo extraño a través de descripciones, clasificaciones e interpretaciones, los segundos habrían hecho extraño lo familiar al provocar la irrupción de la alteridad. No por azar algunos de los organizadores y miembros de expedición, como George-Henri Riviere, Marcel Griaule, André Schaeffner o Michel Leiris, mantuvieron relaciones con el movimiento surrealista unos años antes de la Misión. Precisamente, Leiris conoció a Griaule en la redacción de la revista Documents – de subtítulo Doctrines, Archéologie, Beaux Arts, Ethnographiefundada en 1929, el mismo año en que Leiris, secretario de redacción de la revista, se separó junto con Bataille (co-fundador de la misma), Desnos, Artaud y Queneau del grupo surrealista liderado por André Breton. Por otra parte, si en el primer número de la revista Minotaure aparecían estudios sobre Sade y reproducciones de Masson, Picasso o Dalí junto a un primer artículo de Griaule sobre los resultados de la expedición; el segundo número fue un monográfico especial, con portada pintada por Gastan-Luis Roux, donde se daba cumplida cuenta, junto a una considerable cantidad de imágenes, de los diferentes estudios monográficos realizados.

 

Cubierta de la Revista Minotaure, nº 2, (1933) «La Mission Dakar-Djibouti (1931-1933)». MNCARS, Biblioteca. Madrid.

 

Es significativo que hasta poco antes de la partida, Griaule mantuviera abierta su invitación a Luis Buñuel que, caso de aceptar, se encargaría de rodar un documental. [28] Algunos miembros de la Misión Dakar-Djibouti visitaron la Exposición Colonial de 1931 antes de partir hacia el continente africano, esa exposición que la izquierda política y sindical criticó con acritud. Reaccionar contra la Exposición Colonial suponía igualmente reaccionar frente a la Misión Dakar-Djibouti, una empresa científica que se situaba del lado de este tipo de eventos destinados a poner en valor a las colonias y que, malgré tout, suponía legitimarlas. La Misión Dakar-Djibouti se mueve en un espacio ambivalente. En L’Afrique fantóme pueden leerse numerosos pasajes que revelan conductas y hechos-que tuvieron la eficacia de la revelación y fueron la ocasión para la transformación personal de quien lo escribió- que oscilaban entre concepciones altruistas de la ciencia y actitudes orgullosamente patrióticas. Con todo, no es menos cierto que aquella expedición contribuyó poderosamente a la construcción de una concepción humanista de la alteridad cultural y cosmopolita de la humanidad.

 

 

***

[2] Fue patrocinada por tres ministerios y por veintiún organismos oficiales o académicos, además de contar con la participación de la Fundación Rockefeller, de diversas personalidades privadas y numerosas firmas industriales y comerciales. Cf. nota al pie 41.

[3] Michel Leiris anotó en su diario, dicho sea de paso, una descripción de la España republicana: «Aquí y allá ondea la bandera republicana. Una calle, cuyo antiguo nombre ignoro ha recibido un nombre nuevo por la supresión, en la placa de piedra indicadora, de la cuarta y la última letra. Ahora se llama LENIN» … En un edificio público se ve que la corona monárquica ha sido partida» Leiris, M. El África fantasmal. Pre-Textos, Valencia, 2007, pp. 27-28.

[4] Véase la relación en Paul Rivet y Georges-Henri Riviére, «La Mission ethnographique et linguistique Dakar-Djibouti», en Minotaure nº 2 (numéro spécial). A. Skira, Paris, 1933. Todos estos objetos y documentos se encuentran hoy depositados en las siguientes instituciones francesas: Musée du Quay Branly, Musée National d’Histoire Naturelle, Fonds Marcel-Griaule, Bibliotheque Éric-de-Dampierre, MAE, Université Paris Ouest Nanterre La Défense y Bibliotheque littéraire Jacques Doucet.

[5] Hardy, Geoges, L’Afrique Occidentale Française, Librairie Renouart-H. Laurens éditeur. Paris. 1937, pp. 47-48.

[6] lnstructions sommaires pour les collecteurs d’objets ethnographíques, Musée d’Ethnographie (Museum National d’Histoire Naturelle) et Mission cientifique Dakar-Djibouti. Paris, Palais du Trocadéro. 1931.

[7] Esta conferencia, hasta ahora inédita, puede encontrarla el lector traducida en el presente volumen. Su publicación nos ha sido graciosamente concedida por la hija de Marcel Griaule, la prestigiosa etnolingüísta Genevieve Calame-Griaule.

[8] Instructions sommaires pour les co!lecteurs d’objects ethnografiques. Op. cit., p. 5.

[9] Véase la «Memoria de presentación de la Misión etnográfica y lingüística Dakar-Djibouti» (23 de septiembre de 1930), depositada en la Bibliothèque centrale du Muséum national d’histoire naturelle, París. También está digitalizada en los archivos del Museo del Quai Branly.

[10] Véase, Agenda I, 1931,. depositada en los «Fondos Marcel Griaule», en la Universidad Paris X-Nanterre.

[11] Tomo1, 1931. pp. 300 y ss.

[12] «M. Mario Roustand expose le but de la Mission Dakar-Djibouti», en Petit Provençal, Marsella. 16 de abril de 1931.

[13] Véase Bachollet, R., Debost. J.B., Lelieur. A.C. y Peyriére, M.C. Négripub. L’image des noirs dans la publicité. Somogy, Paris, 1994. Para los Tirailleurs y sus representaciones cinematográficas, véase Bloom, P.J. French Colonial Documentary, University of Minnesota Press, Minneapolis, London, 2001, pp. 35-65.

[14] Lemaire, Sandrine. «Le «sauvage” domestiqué par la propagande coloniale”. Nicolas Bancel; Pascal Blanchard; Gilles Boëtsch; Éric Deroo; Sandrine Lemaire (Eds.). en Zoos humains. Au temps des exhibitions humaines, La Découverte, Paris. 2004. p. 278.

[15] Rapport géneral de l’Exposition Coloniale lnternationale. Tome V, 2éme partie, Paris, 1931, p. 303.

[16] Rapport géneral de l’Exposition Coloniale lnternationale. Op. Cit, p. 304.

[17] «Numerosas fiestas se desarrollan en el curso de la Exposición: fiestas coloniales (Indochina, de África Negra, de África del Norte, de las antiguas colonias): fiesta del turismo colonial, anunciada por la Gran semana de París y que será, al mismo tiempo, la fiesta de las Elegancias; fiestas militares y ecuestres». Demaison, André. Exposition Coloniale lnternationale. Guide officiel, ed. Mayeux, Paris. 1931, pp. 25-27.

[18] Coquery-Vidrovitch, Catherine. «Apogée et crise colonials», en Pascal Blanchard; Armelle Chatelier (Dir.), lmages et colonies. Syros/ACHAC. 2003, p. 28.

[19] Coquery-Vidrovitch, Catherine. Ibídem, p. 29.

[20] Demaison, André, «Adresse au visiteur», en Exposition Coloniale Internationale. Guide officiel, op. cit., p. 17.

[21] Sobre la oposición comunista a la Exposición Colonial, remitimos a los siguientes artículos: Charles-Robert Ageron. «L’Exposition coloniale de 1931. Mythe républicain ou mythe impérial ?», en la revista on-line Études Coloniales. http.//etudesco/onia/es.canalb/og.com/; Catherine Alcacer, «Synthèse», en Pascal Blanchard; Armelle Chatelier (ed.), en lmages et colonies, op. cit.; la ya citada Catherine Coquery Vidrovitch, «Apogée et crise colonials», Ibídem y Catherine Hodeir. «Etre «indigene» aux Expositions: Paris 1931 et Paris 1937», en Pascal Blanchard; Stéphane Blanchoin; Nicolás Bancel; Gilles Boëtsch; Hubert Gerbeau, L’Autre et Nous «Scénes et Types» Syros/ACHAC, Paris, 1996.

[22] Leiris, M. «Civilización», en Huellas [Brisées]. F. C. E. Méjico. 1988, p. 25.

[23] Ibídem, p. 24.

[24] Le iris, M. L’Afrique fantôme, en Miroir de L’Afrique, op. cit., pp. 91 y SS.

[25] Loc. cit.

[26] Sobre el punto de vista crítico de Michel Leiris antes y después de la Misión Dakar-Djibouti, véase Nicolás Sánchez Durá «Gauguin, Conrad y Leiris, un episodio en la invención de la identidad del primitivon, en Sanfélix Viciarte, V. (edit.) Las identidades del sujeto. Pretextos, Valencia, 1997; también, Hasan G. López Sanz. «El lugar de la crítica cultural en la etnografía de Michel Leirisn, en Quaderns de filosofia i ciencia, Societat de Filosofía del País Valenciá, nº 37, Valencia, 2007.

[27] Lei ris. M. «L’ethnographe devant le colonialismen, en Cinc études d’ethnologie, Gallimard, Paris, p. 88. Hay una traducción al catalán acompañada de un interesante prólogo de Manuel Delgado en Michel Le iris, L’etnòleg davant el colonialisme, ed. Icaria, Barcelona, 1995.

[28] Buñuel. L. Mi último suspiro Plaza y Janes, Barcelona. 1982, pp. 134-35. Por cierto, que el relato que hace Buñuel en sus memorias es totalmente disparato. Según él, el Vizconde de Noailles le había dicho, que su cuñado, Gobernador del Congo belga, estaba auspiciando una «expedición sensacional»  de unas «doscientas o trescientas personas» que iría de Dakar hasta Djibouti, ofreciéndole realizar el documental de tal expedición. Como «había que observar cierta disciplina militar y abstenerse de fumar durante los desplazamientos de la columna», había rehusado. Además, no le atraía África.

 

***

Fragmento de la publicación “La misión etnográfica y lingüística Dakar-Djibouti (1931-1933) y el fantasma de África” (PUV, 2009) de Nicolás Sánchez Durá y Hasan G. López Sanz: Profesores del Departamento de Filosofía de la Universidad de Valencia-UVEG.

 

Comentarios

No hay comentarios Radio Africa

LogIn

  • (no será publicado)