Radio Africa - Barcelona

Extraña pregunta en los tiempos que corren…

¿Qué otra cosa quiere que haga?… En cierta manera, ante todo, escribo indudablemente porque aprendí a escribir. La banal consecuencia de una enfermedad que desde hace algunos siglos muchos hombres bienintencionados han hecho el esfuerzo de extender por la humanidad: la alfabetización.

He perdido la memoria de mis antepasados desde que escribo. Porque escribo y porque no puedo dejar de hacerlo. La cosa ha adquirido las locas dimensiones de una verdadera necesidad. ¡Si los míos lo supieran! El conde sopesa sus propias palabras lanzadas como proyectiles a manera de saludo en el encuentro con el atento auditorio. El tibio claro de luna escucha cómo el pueblo entero se instruye. Esta tarde todavía, el principal personaje es la tortuga, a la que la tradición concede el máximo grado de prudencia que un ser animado y móvil en tierra firme o dentro del agua puede poseer: nueve.

Un mal que desencadena el terror se ha precipitado sobre los animales de este a oeste y de norte a sur. El rey león convoca a las tribus y a los clanes de toda la selva con la intención de pedir a la tortuga que encuentre, inmediatamente, el remedio a ese mal que todos sufren en el presente. La tortuga no asistirá a la reunión, con gran asombro de todos los animales, lo que, naturalmente, pondrá absolutamente furioso al león.

Luego, de repente, martín pescador, el mensajero, va volando a anunciar al rey la triste noticia: en el camino hacia el palacio, donde todos la esperaban con impaciencia, la tortuga se ha encontrado con un río profundo en el que se ha ahogado cuando intentaba atravesarlo. Al escuchar esto, toda la asamblea se hunde en una gran tristeza. El mismo cocodrilo derrama una lágrima.

Es entonces cuando la liebre, a quien la naturaleza ha concedido sólo el grado siete de prudencia, se atreve a declarar: «¡Ah!, en realidad la tortuga no era tan astuta como la creíamos. Yo, que no sé nadar mejor que ella, atravieso siempre las corrientes de agua andando sobre uno de esos troncos de árbol que el hombre coloca a menudo para unir las dos orillas. Así, nunca me veo en el agua». Moraleja: por mucho que poseas la máxima prudencia, la que te salvará un día de la muerte habita quizá en alguno de tus contemporáneos, que poseen aparentemente menos cualidades que tú.

 

©Kidi Bebey

 

Me gustaría deciros este cuento, no escribíroslo. Pero no estáis aquí. Por otra parte, el pueblo a la luz de la luna os resulta ya desconocido. Y además, no sabéis perder el tiempo escuchando palabras que se elevan y hablan y cantan y bailan y viven. El tiempo mismo, lo habéis encerrado en relojes y calendarios. ¡Qué placer correr detrás!

Y yo, que os sigo sin aliento. ¿Qué voz me queda aún para decir las mil y una historias que invento a capricho en mi vida? ¡Deteneos! Sentaos ahí, en ese banco público de un verano urbano, entre los vagabundos, curiosos, enamorados, paseantes de todas clases. Y mirad, mirad todos al loco que soy. Contar historias, aunque sean maravillosas, contarlas de viva voz, en la plaza pública, como en los viejos tiempos de la tradición oral de los africanos, pura locura, este desafío al dios libro, ¿entonces?

Escribo para decir basta al racismo actual. Como nuestros padres, llegados de sus lejanos trópicos, decían basta al nazismo luchando a vuestro lado en los campos de batalla del 39-45. Que los neofascistas, xenófobos y otros racistas profesionales no lo olviden. Escribir, ante todo, es luchar por la libertad. Es invitar a los hombres a estar unidos para buscar en la paz y en la comprensión mutua distintos tipos de felicidad que se corresponden con sus respectivas diferencias.

Infatigable página en blanco. Ella me escucha. Pacientemente. Me promete el desvelar en todo momento, a cualquiera, todos los secretos que le confío. Entonces, le hablo como si escribiese. Mi novela es un cuento. Desplegad las palabras, y las viviréis. Os lo digo una vez más: escribo para aquellos que han venido, no han comprendido nada de nada, han regresado a su miseria paradisiaca, y continúan sin comprender nada de nada. Escribo para huir de su paraíso ficticio, y poder ganar la otra orilla del corazón de los hombres antes de que sea demasiado tarde. Por lo tanto, escribo porque no tengo tiempo de no escribir.

© Francis Bebey 50’s, et la dernière à droite, Francis et Made Bebey 50’s. © Collection Bebey 

 

Esta es la respuesta del escritor camerunés Francis Bebey a la pregunta que lanzó en 1985 el diario parisino Libération a más de 400 escritores de todo el mundo: “¿Por qué escribe usted?” Todas las respuestas recogidas en el blog Fuentetaja.

El reconocido escritor y compositor fue uno de los pioneros de la música africana contemporánea. Nació en Douala en 1929, donde creció rodeado de música, incluso llegó a formar parte de una banda de adolescente. Emprendió rumbo a París en la década de los 50 donde se formó como locutor de radio en la Universidad. Años después aplicó sus conocimientos como locutor en Ghana, donde trabajó como periodista.

Una década más tarde, Bebey se asentaría en París para centrarse en la música, lanzando su primer álbum en 1969. Su música podría definirse como una mezcla de guitarra con instrumentos y sintetizadores africanos tradicionales. La perfecta fusión del makossa camerunés con la guitarra clásica, el jazz y el pop.

Además de músico también fue un escritor destacado, con su primera novela Le Fils d’Agatha Moudio (El hijo de Agatha Moudio) ganó el Gran Premio Litteraire de L’Afrique Noire en París en 1968. Posteriormente, su obra L’Enfant-pluie (El niño de la lluvia), recibió el Prix Saint Exupery en 1994. Bebey falleció en París en 2001, después de más de 40 años de carrera.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Comentarios

No hay comentarios Radio Africa

LogIn

  • (no será publicado)