Juan Tomás Ávila Laurel - Barcelona

─Ahora que estamos delante de este almacén esperando que un chino nos elija para descargar la mercancía traída de su país, ¿podemos hablar del pelo sintético que usan muchas mujeres africanas?

─Yo creo que no, y luego diré las razones.

─Yo creo que sí. Mientras esperamos que un chino nos meta en la lista, tenemos tiempo de sobra para hablar de cualquier cosa.

─Yo cerraría la boca porque veo que todo esto es obsceno.

─Chico, qué ves de obsceno en todo esto. Qué hay de malo en descargar bultos de mercadería china.

─No ves nada obsceno, ¿verdad? Yo, sí. Miro alrededor y veo a unos cuantos negroafricanos, alguno con un llamativo corte de pelo, expectantes por que se abra una puerta y el dueño, o encargado, sin conocer ninguna lengua, nos dé la esperanza de que nos llevaremos algo a casa, o la fundamos en el primer bar que encontremos porque sé que hay muchos que no tienen casa, o en la misma no les espera nadie.

─Creo que ya has hablado mucho, pasa el palo de la palabra a otro.

─Pero si no ha dicho nada todavía, por qué estas prisas. Hermanito, por qué crees que hay algo obsceno en esto, me quedé con la duda. O es que crees que todos nosotros estamos sin calzoncillos.

─Jejejeje, podría ser, pues viniendo a descargar bultos chinos, una forma de aumentar la ridícula paga en chelines de África del sudoeste que vamos a recibir sería robar al menos un calzoncillo del bulto. Creo que cuanto te viera vestido, no se creerá que viniste de casa sin esta prenda tan famosa, así que no podrá quitártelo.

─Noo, mi pensamiento no iba por ahí. Lo que considero obsceno es que cuando se abra esta puerta saldrá por ella una persona tan pequeña que puede tener la mitad de nuestro tamaño. Y si es una mujer, pues sería mucho más pequeño que él, mientras nosotros, míranos, somos unos gigantes ante ellos. Si no es obsceno para vosotros, al menos que nos sirva para reflexionar sobre lo que hemos hecho mal, en dónde está el fallo.

─¿Fallo en qué, Usman Dialló Ferkes?

─Hombre, no puede ser que hayamos crecido tanto, el doble que ellos, y ahora estemos dependiendo de ellos para comer. Quizá penséis en otra cosa, pero este hecho, que considero obsceno, me da que pensar. Está claro que alguna cosa hicimos mal, no puede ser que un día un chino diga que somos grandes porque nacimos para cargar los bultos de ellos y se arme la gorda.

─Bueno, nunca sabremos lo que piensan los chinos, pero algo de razón tendrían si dijeran o insinuaran algo así. Es que no puede ser real que hubiéramos crecido hasta aquí, doblándoles en tamaño, y que nos miraran alzando la mirada…

─¡A veces no alzan la mirada!

─No sé adónde queréis ir a parar, pero cuando hablabais de algo obsceno creía que hablabas de cómo los chinos se hacen con los rinocerontes, primero para comer su carne, porque ellos se lo mandan todo para adentro, y segundo, el uso que hacen de su cuerno, que da para cubrir todas las débiles telas que cortan y venden en casi todo el mundo. Quiero decir que con el asunto hay mucha tela que cortar, sólo que la tela china….

─¿Ah?, qué relación hay entre los rinocerontes y la cuestión venérea que queréis tratar?

─¡Hala!, otro que no lee ni pone noticias. De estos que un periódico les daría estornudos con sólo abrirlos.

─¡Oigan!, ¡stop!, yo sé lo que quieren que se convierta este intento vergonzoso de ir por las ramas. ¿Qué os pasa?

─No creo que haya habido intento de ir por ninguna rama aquí, y soy gran observador. Cierto que todos han querido ir de puntillas, y se ve que todos se guardan sus historias o la lectura que hacen de su realidad, algo que me gusta.

─Pues ilústranos, que no me he enterado de nada.

─Yo sí creí que se iba a hablar, cuando alguien dijo algo de tamaño, del uso que hacen en toda Asia del polvo del cuerno de rinoceronte.

─¡Hala!, uno que ha leído más de la cuenta. Se ve que no todos somos tan inocentes.

─¿Pero te crees que el asunto del uso del cuerno de rinoceronte es cualquier cosa? Si ahí está la condensación de toda esta historia.

─Ilústrame, hermano mío.

─Efectivamente es obsceno, pero no en la línea que quiso plantear el hermano este que también es mi vecino. Bueno, más que vecino, ronda a una chica flaquita que vive cerca de mí. Lo que quiero decir, antes de que pongamos a la flaquita en el centro de esto, es que si queremos ignorar el uso que hacen del cuerno de rinoceronte, seguiremos perdidos, pues los chinos saben mucho más de lo que os hacen creer.

─¿Conoces este uso?

─Podemos hablar todo esto como broma, reírnos hasta reventar y cuando nos cansemos, descubrir que un poco de envidia nos tienen, pues es bien sabido que los chinos tienen otra talla de condón.

─Jajajajaja, ya ha salido. Lo que has dicho es una prueba de que muchos sólo leen lo que les interesa. Esto lo digo porque lo uno no tiene nada que ver con lo otro, lo puedes tener como un chino, pero con el hueso roto. O al revés. Es decir, el polvo del cuerno de rinoceronte no hace crecer nada, así que los chinos nunca cambiarán el tamaño del condón.

─Me gusta esta historia, y si quisiera retener una imagen sería la de un hombretón, cualquiera de nosotros, ante una mujer china, de estas de tallas pequeñitas, rogándole para que la introdujera en la lista. Parece mentira que con unos palitos entrecruzados estos acabaran dominando el mundo.

─Lo que parece mentira no es que lo hagan con unos palos, y sé que te refieres a su escritura, sino el hecho de que encontrar palos no sea tarea difícil.

─No me digas que podemos haber hecho lo mismo y nos entretenemos en otra cosa.

─Pues te lo digo. ¿Has oído hablar del mandombe? Con tu teléfono chino busca, cuando tengas saldo, silabariomandombe. Se inventó aquí al lado, casi en la selva. Si avanzamos en su desarrollo y ponemos todo el empeño, acabaremos por encontrar la manera de que estos palos den el salto a las máquinas, como ocurrió con los de los chinos. Y así, en el esfuerzo por hacernos entender estrujamos lo suficiente los sesos y acabaremos inventando precisamente una máquina de escribir que tenga estas letras de mandombe y aportaremos algo al mundo. Y nuestras lenguas podrán leerse por primera vez y dejaremos de decir aquello de que un viejo que se muere, una biblioteca que se quema.

─Pues la primera vez que tengo noticia de esto. ¿Quién te ha hablado del mandombe?

─Leo, hay vida más allá del seguidismo que hacemos del fútbol europeo.

─Pues me has dejado descolocado. ¿No íbamos a hablar del pelo sintético de las africanas? Es que yo sí tenía algo que decir al respecto.

─Yo también, fíjate. Pero antes quiero decir una cosa, ¿soy el único que ha notado que nos quisimos reír del asunto del rinoceronte y no es de risa? Porque algún día hemos de decir cómo llegan los rinocerontes y sus cuernos a las manos de los chinos, mientras hacemos cola delante de sus almacenes para descargar unos bultos.

─Tu observación sobre cómo salen los cuernos de nuestras manos borrará alguna sonrisa, hermano. Lo que veo es que hay unos que serán los últimos en reírse, y no digo más.

─Ahora ya puedo decir lo que pienso sobre los pelos sintéticos. Es que lo tengo al borde de la lengua.

─¿A ver?

─Bueno, los piojos de las mujeres que llevaran estos pelos no podrían morder pelo de verdad y así se joden. El hombre es más fuerte que los bichos, ¿no?

─Jejejeje.

 

***

Juan Tomás Ávila Laurel es escritor y ensayista nacido en Malabo, Guinea Ecuatorial, perteneciente a la etnia annobonesa. Ha sido portada del World Literature Today en 2012. Cultiva tanto la novela como la poesía, el teatro y el ensayo. Realizó una importante labor como redactor jefe de la hoy desaparecida revista cultural El Patio, publicada por el Centro Cultural Hispano Guineano en Malabo. Estudié enfermería en la Escuela Nacional de Bata, Región Continental de Guinea Ecuatorial. Sus publicaciones aúnan compromiso, defensa de la igualdad y la libertad, la lucha contra las dictaduras y la revisión del período colonial. Refugiado en Barcelona desde 2011

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