Tania Adam – Barcelona | Invierno, otoño, primavera, verano y vuelta a empezar. Así es año tras año, no existe ningún misterio: la Tierra gira alrededor del sol, de si misma y lo que transcurre es el cronos, el tiempo lineal. Mientras tanto, los humanos que habitan este planeta se relevan: nacen, viven y mueren. Y en ese transcurso de la existencia el verano se queda grabado en la mente humana. Por alguna extraña razón, podemos llegar establecer la secuencia de nuestra vida a través de los veranos: primero con la familia, luego con los amigos, después con la pareja de turno y al final, nuevamente, con la familia que creamos. La magia estival es insuperable: un break, un punto y aparte para conectar con la vida del que no está a la altura ni Fin de Año.

Con el verano vienen las vacaciones y todo se ralentiza; nuestra mente se relaja y entramos en “modo vacaciones” con la idea de que éstas lleguen para elevarnos a un status de paz. Sin embargo, es común consumir los días con el mismo estrés con el que vivimos diariamente. ¿Cómo cambiar de chip en tan pocos días? No deja de ser un espejismo, ¿verdad? Pero vivimos con esa ilusión, la que se cultiva desde pequeños, cuando somos estudiantes: el fin de curso, la playa, la piscina, ir a visitar a la familia, ver lugares nuevos, conocer a gente, el primer amor… se abre una infinidad de posibilidades que llegan a su fin en septiembre con el inicio del nuevo curso, y con ello, las rutinas diarias.

De estudiantes pasamos —a duras penas— a trabajadoras. Las vacaciones y el verano dejan de ser sinónimos, y cada término se pone en su sitio: la época estival sólo enmarca los días de vacaciones, y entonces nos damos cuenta de que el romanticismo veraniego no sólo forma parte de la inocencia juvenil, sino que las vacaciones son un instrumento capitalista (más) creado para prevenir el estrés (y demás patologías) con el  fin último de fomentar la productividad el resto del año. Lo aceptamos y entendemos que se trata de un mecanismo para asalariados y estudiantes, y que el resto de la humanidad en realidad estamos atrapados en un esquema del que no llegamos a formar parte ni del que tampoco podemos escapar. Y nos preguntamos: ¿cómo privarnos de este romanticismo estival del primer mundo?

Las respuestas son difusas porque en el fondo necesitamos de ese respiro, un lujo que pretende adaptarse a todos los bolsillos y gustos, pero que no deja de ser, claro está, un reflejo de las desigualdades de nuestra sociedad. Porque las vacaciones son otra manera de marcar el status y de regalarnos una felicidad programada con altas dosis de postureo. Mantener este descanso como espacio natural de gracia, libre de desgracia y, tal vez, de crueldad social, no deja de ser, a mi entender, una opción personal que trasciende de los baremos sociales encargados de posicionarnos en función de las diferentes opciones de descanso. Tanto es así que coger un avión y viajar al extranjero, aún con un pack vacacional de pulsera, siempre está mejor valorado que ir a un camping o al pueblo. Pero tal vez es en el pueblo donde más conectas con la vida y su sentido: ves evolucionar a las personas, las cosas… Quizás es donde tienes más probabilidades de adquirir valores sólidos que haciendo turismo en cualquier parte del mundo.

Tal vez por ello me cuesta olvidar esos largos veranos en Maputo, donde año tras año he visto como ha evolucionado el país y, con él, mi familia: unos se marchaban y otros venían, iba al cementerio a visitar a los antepasados, visitaba a todos los abuelos y tíos… Entonces me parecía muy aburrido. Hoy lo entiendo todo. Hoy sé de donde vengo y he entendido que esos veranos eran para eso: para no desconectar de mis raíces. Con los años he comprendido que, a pesar del trasfondo un tanto perverso de las vacaciones, estas tienen una finalidad: conectar con aquello que tengamos que conectar porque el día a día nos consume. Se trata, entonces, de conectar; no de desconectar.

+ Fotografía de portada: fotomontaje con una instantánea de Graeme Williams (Sudáfrica)

Tania Adam: Gestora cultural, licenciada en Administración y Dirección de Empresas, está especializada en cultura contemporánea africana, inmigración e interculturalidad. Desarrolla proyectos culturales y de sensibilización relacionados con el continente africano y el fomento de una diversidad cultural. Responsable de los artículos de opinión, de los contenidos fotográficos y audiovisuales. Twitter: @TaniaSafuraAdam

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