Radio Africa

El pasado mes de febrero nos dejó el artista Plácido “Pocho” Guimaraes, una figura clave en la recuperación y resignificación de la tradición textil ecuatoguineana. Dejando un legado artístico y humano profundamente ligado a su historia personal, a la memoria colectiva de su pueblo y a la lucha por la libertad.

Este homenaje reúne una selección de escritos dedicados a Pocho, firmados por artistas, escritores, amigos y personas que compartieron con él momentos significativos de su vida. Lo que aquí presentamos es una muestra de esos testimonios, un pequeño retrato de quién fue Pocho para tantos. Compartimos esta selección gracias a María Bueno y Marian Davies, quienes nos han hecho llegar los textos con motivo del homenaje póstumo celebrado en Madrid, un acto cargado de emoción que reunió a voces de Guinea Ecuatorial y España dispuestas a rendirle tributo desde la palabra y la memoria. El resto de los textos puede consultarse en el archivo completo que acompaña esta publicación.

En recuerdo de Pocho, ya siempre en el corazón
Donato Ndongo-Bidyogo, Escritor, Guinea Ecuatorial

Toda muerte de un ser querido produce dolor. Pero cuando el final llega de modo brusco o traumático, al dolor se añade el estupor, causa consternación y resulta obligado indagar las causas profundas. Porque no es normal morir a los 73 años en este siglo, y en España. Y a esa edad perdimos a Plácido Guimarães en la noche del 26 al 27 de febrero de este 2025 en un hospital de Motril, Granada. Su historial clínico reflejará las causas objetivas, su trayectoria bohemia señalará algún pormenor interpretable como “racional”, pero la única realidad es que Pocho –como le conocíamos todos— se nos fue tan pronto por haber nacido donde nació y ser de donde era. Como la inmensa mayoría de nuestros compatriotas, falleció a destiempo.

Recordemos que a Plácido Bienvenido Guimarães Malabo Muatariobo no le gustaban los nombres largos, y se daba a conocer, simplemente, como Pocho. Su contagiosa vitalidad orientó su existencia a la constante «Búsqueda de La Luz» a través del arte, según confesó en una entrevista en 2016. Su personalidad le sitúa como un claro compendio de la fructífera interacción entre cuantos pueblos componen el país. Alejado de todo fanatismo identitario, fuese territorial o étnico, él se consideraba, ante todo, guineoecuatoriano. Aunque nació en Basupú en 1951, llevaba impregnado el sello de sus educadores más tempranos, Francisco Malabo, su abuelo materno, hijo del último «botuku», jefe político y espiritual de los bubi, y Andrea Adostia Taborda, criolla procedente de la isla de Príncipe, donde su abuelo paterno, Sebastián Guimarães, oriundo de Coimbra (Portugal), había establecido una plantación de palma de aceite. De modo que su cerebro estaba irrigado por la savia de muchas sensibilidades y sus imágenes más tempranas, nutrientes de su personalidad y obra posteriores, caracterizadas ambas por la apertura de miras y la constante innovación, las conformaban los paisajes y los cacaoteros de Basupú, el suave verdor de las frescas colinas de Moka y la vida cosmopolita de la Santa Isabel colonial, donde su padre, Abilio Guimarães Taborda, destacado técnico electrónico, trabajaba en las instalaciones de la Radio, que había contribuido a forjar a principios de la década de los 60. Sólidos en su alma los sagrados valores de la tradición, a los diez años le ingresaron en el recién creado Centro Laboral La Salle, en Bata, entonces el único colegio donde se podía cursar el bachillerato en la provincia de Río Muni y, sin duda, en la ya convulsa «Región Ecuatorial» de España. Allí, entre compañeros de todas las etnias del país, junto a los estudios secundarios, se forjaría esa conciencia de pertenencia a una entidad superior a la etnia, la Nación. Los acontecimientos posteriores marcarían su vida y las del conjunto de los guineoecuatorianos.

Como la inmensa mayoría de la población, sobre todo la juventud mínimamente formada, vieron frustradas sus ilusiones de libertad y progreso tras la proclamación de la independencia, el 12 de octubre de 1968. También es sabido que, inmediatamente después, el presidente elegido, Francisco Macías Nguema, secuestró la libertad alcanzada, manipulando a la masa con su demagógica promesa de «echar al blanco», eje de su programa político. Ante el caos en que sumió al país el traumático inicio de la tiranía en marzo de 1969, que provocó la huida de los técnicos y profesionales coloniales, y Pocho Guimarães, como otros muchos preuniversitarios, tuvo que sustituir a los profesores españoles huidos o expulsados; así pasó a enseñar dibujo en el instituto Cardenal Cisneros de Santa Isabel. Su padre, destinado tras la independencia al servicio de comunicaciones de la presidencia de la República, nunca olvidó sus raíces y por ello se oponía al colonialismo fascista portugués, como militante activo del Movimiento de Liberación de Sao Tomé y Príncipe (MLSTP).

La inseguridad instaurada por el vesánico sistema de Macías planeaba sobre todos los ciudadanos y arrolló a Abilio Guimarães, detenido, encarcelado, torturado y asesinado en el penal de «Black Beach» en 1971. El máximo responsable de aquel centro de suplicios, y de todas las prisiones, era el entonces teniente Teodoro Obiang Nguema, quien había sido monitor de Pocho en La Salle. El MLSTP logró sacar a Pocho del país y trasladarle a Madrid, donde permaneció tres años difíciles, angustiado por la situación de la familia dejada atrás y en medio del cúmulo de trabas y dificultades que vivíamos los guineoecuatorianos en España, atrapados entre ambas dictaduras, que colaboraban en la opresión mucho más de lo que intuíamos entonces. De nuevo el MLSTP sacó a Pocho de España y le trasladó a Kiev (Ucrania), entonces parte de la Unión Soviética, donde, becado por Naciones Unidas, estudió Arquitectura Urbanística entre 1974 y 1977.

«Soy un peregrino incansable», solía decir Pocho. Tras la URSS, vivió un tiempo en Suiza y Francia. De regreso en España, nuestra «Madre Patria» vuelta madrastra, se matriculó en la facultad de Bellas Artes de Valencia. En la libertad recuperada durante aquel tiempo de efervescente Transición, liberadas las mentes del encorsetamiento impuesto por el totalitarismo cultural, se manifestaría la nervadura artística de Pocho Guimarães. Su búsqueda constante de experimentación y su creatividad inagotable le llevaron a tantear diversas formas de expresión: pintura, interpretación en teatro y cine, danza, publicidad, televisión. Recordaba con cariño sus años en Madrid, entre 1980 y 2000, partícipe en plena «movida»: su colaboración en proyectos de cineastas como Antonio Mercero (Espérame en el cielo,1988) y Pedro Almodóvar (Tacones lejanos,1991); numerosos espectáculos multimedia, exposiciones individuales y colectivas, el programa Inocente, inocente (Antena 3 TV), etcétera. Emprendida la aventura, se sumergirá en el arte del tapiz, experimentando con diversos materiales, colores y texturas «a fin de sacar el textil de la pared al espacio. Hago también esculturas e instalaciones y con todo esto, realizo performances. El sentido del tacto está presente en mis obras, así como los símbolos», declarará después.

Pese a estos éxitos, que empezaban a resaltar sus rasgos específicos en los círculos intelectuales y artísticos, la pesadumbre, doliente cruz en todo emigrante, oprimía por dentro. Regresó a Malabo en 2010 porque se casaba una hermana: «Me fui para tres meses y me quedé ocho años», recordaría después. Era fuerte la tentación: el artista necesitaba renovarse de continuo para ofrecer una obra genuina imbuida en el alma de sus tradiciones bubis; insuflarse de las esencias de su cultura, empaparse del aire de su tierra; motivarse en los símbolos primigenios para narrar, a través de pinturas, esculturas y, sobre todo, del tapiz, que adquiriría prioridad en su obra desde entonces, su rica vivencia propia y la profunda experiencia heredada de sus mayores desde niño. Profundizó sus conocimientos sobre arraigadas manifestaciones culturales como el «bonkó», danza ritual de su niñez, indagando en sus orígenes, su función y motivación, estudiando la composición de las coloridas máscaras y atuendos, su modo de ejecución en la actualidad. Hallazgos que darían mayor realce y hondura a su producción posterior.

Me consta que Pocho no deseaba abandonar de nuevo su Tierra, savia que nutría su espíritu. Pero no resulta fácil vivir bajo una dictadura si el alma bulle siempre inquieta. Imposible ser uno mismo y trabajar con sosiego, manteniendo la honestidad y dignidad personal, al margen de un sistema totalitario que tiende a controlar la actividad de cada persona. Es lo peor de las tiranías, junto a la sobra oscurantista que proyectan sobre el cuerpo social, anegándolo todo. Difícil evitar conflictos engorrosos si quienes mandan son incapaces de comprender que el arte y su creador exigen autonomía, una libertad básica para concebir sus ideas y exponer su realización. No olvidemos la coacción permanente, siempre insufrible y a menudo trágica, a que fueron sometidos los creadores «díscolos» en la Europa totalitaria por su «arte degenerado», ya fuese en Italia, en Alemania o la Unión Soviética, por ejemplo. En Moka, feudo de su abuelo materno –no olvidemos que la bubi es la única cultura matrilineal en el mundo bantú— donde Pocho residía y trabajaba mayormente, podía encontrar y escoger los materiales adecuados –nipa, redes de pescadores y conchas encontradas en la playa, fibra textil, raíces y ramas, bolsas de plástico, papel de periódico viejo, alambres, latas, cualquier objeto residual— que, combinados y engarzados con una técnica milenaria, producen esos efectos cromáticos y táctiles tan característicos de su universo imaginativo.

Podría decirse, con Arnold Hauser, que la elaboración del arte de Pocho Guimarães tenía la necesidad de realizarse en estrecha imbricación con su contexto histórico y social. Para Pocho, la máscara activa un juego de representaciones, y consideraba el textil como una segunda piel, puesto que los tejidos conforman nuestra naturaleza. Motivos y razones que entroncan su arte con el de los máximos exponentes de la Negritud, representados en Guinea Ecuatorial por el escultor Leandro Mbomío, quienes integraron en la factura de su obra materiales considerados «modernos» o «importados», con la finalidad de redimensionar y universalizar el legado tradicional. Su propuesta, entre el arte y la artesanía, fue la desmitificación, la transgresión, huir de la rígida sacralización del objeto, e integrar en una misma obra ambas experiencias. Y en ese empeño encontramos de nuevo al Pocho Guimarães al tiempo innovador y fiel a sus tradiciones, al recuperar para sí y para las generaciones venideras la noción básica de la estética negroafricana: la unicidad del arte y su funcionalidad: «Creo en el tapiz que se descuelga de la pared y nos habla», decía.

Lógico, pues, que un espíritu como el suyo se sintiera agarrotado en los márgenes estrechos de una autocracia controladora. Él conocía al presidente Teodoro Obiang desde la pubertad en La Salle y, sin embargo, ni se le ocurrió aprovechar esa temprana relación para medrar. Y antes que languidecer, optó por expatriarse de nuevo. En julio de 2018, el Centro de Estudios Afro-Hispánicos (CEAH) celebró en la sede de la UNED en Madrid su V Seminario Internacional, dedicado a la conmemoración de los 50 años de la independencia de Guinea Ecuatorial. Sus organizadores –los profesores Juan Aranzadi, Gonzalo Álvarez Chillida, Paz Moreno Felíu…— me endosaron la responsabilidad –y el honor— de impartir la conferencia inaugural. Entre las actividades programadas estaba la exposición de la obra de Pocho Guimarães, uno de cuyos tapices ilustraba el cartel de la convocatoria. Fue un reencuentro emotivo tras años de obligado distanciamiento. Recuperar al amigo fue también redescubrir la fuerza creativa de un artista talentoso en plena madurez. Supe de su boca que no regresaría a nuestro país. Apoyé su decisión, seguro de que merecía sosiego para trabajar con tranquilidad y revitalizar su figura en el panorama artístico, pues su inconfundible estilo no podía perecer, como tantos compatriotas valiosos, aplastado bajo un cúmulo de palabras engañosas. No olvidemos que el régimen instalado en Guinea Ecuatorial, tercer productor de petróleo en África subsahariana, se nutría entonces de la leyenda de los petrodólares. Porque el arte de Pocho, rebelde y apasionado, entronca con los intereses vitales de una sociedad que cuestiona su destino, deseosa de liberarse de las trabas que constriñen sus energías y frenan sus aspiraciones a una existencia plena.

Fue asiduo nuestro contacto desde entonces. Pocho no era un perdedor. Tenía urdimbre de triunfador: hablaba con fluidez cinco idiomas, tenía cultura y mundo. Fue tutor de alumnos en el «Máster de Cultura y Pensamiento de los Pueblos Negros» en la Universidad Complutense, en un Madrid que ya no reconocía, reacio a perder la conexión con la naturaleza, cemento, acero y hormigón le alejaban de la esencia de su misión como artista y necesitaba «vivir el bosque»: «Me gusta mucho el agua, necesito vivir donde reina el agua», e inició la enésima peregrinación en busca de lo idóneo.

Conocía la vida rural en España, al haber vivido un tiempo en Bubión, en la Alpujarra granadina, donde trató a los lamas que buscaban al Dalai reencarnado en el niño Osel. Recaló en Mazarrón (Murcia) y en diversos lugares de Extremadura; hasta que, en mayo de 2022, me llamó para darme sus señas en Lanjarón, «un lugar donde reina el agua». «Mi vida ha sido como un badén: subir y bajar, subir y bajar, subir y…» me dijo. «Soy un peregrino incansable. Me gusta moverme. Pero de momento estoy bien aquí; en Lanjarón me siento protegido». Me contaba sus proyectos y realizaciones: exposiciones en Sudáfrica, Francia, Perú…, su trabajo cotidiano en su estudio, y algunos avatares, como la vez que perdió el móvil y cundió la alarma entre sus muchos amigos en el mundo por su «desaparición».

El 14 de febrero pasado, Juan Aranzadi y Gonzalo Álvarez Chillida me comunicaron su viaje a Motril para visitar a Pocho, ingresado en un hospital de la localidad. Mi primer impulso fue ir con ellos, pero las dificultosas realidades de este oneroso exilio me disuadieron. Y nos encontramos en mi casa a su regreso, en la mañana del 16. En las largas horas de grata sobremesa, no vi en ellos especial preocupación por la salud del amigo común: habían encontrado al Pocho de siempre, conversador ameno, animoso, expansivo. Ningún indicio perceptible permitía intuir la proximidad del fatídico desenlace. Tranquilidad y esperanza quebradas en la mañana del 28. Ahondó la consternación una profunda sensación de desaliento: la certeza de no vernos ya jamás, clausurados por siempre los reiterados propósitos de encontrarnos en cualquier momento.

No consuela saber que nos queda de Plácido Guimarães su alegría genuina, consustancial, la divertida carcajada, tan diáfana, tan sonora, que esparcía a su alrededor. No sustituyen al amigo sus vistosos tapices, trofeos visibles en muchos museos y hogares del mundo. Tampoco sosiega que un gran tipo como Pocho, descendiente de una estirpe gloriosa e integrante de una numerosa familia que debió gozar de su fructífera y rica ancianidad como él gozó de la experiencia, chanzas y amorosa protección de sus mayores, terminase sus días en una fría madrugada, solo en el fondo, en un hospital de la Alpujarra. No era ni la edad, ni el lugar, ni la manera de morir para quien la vida fue arte, y el arte vida: lejos de Basupú y de Moka, lejos de la tierra que alberga a sus padres y abuelos, alejado de sus ritmos y colores, de los entrañables paisajes primigenios. Pero ésos que no entienden nada ni de nada, quisieron que fuese así, y sólo podemos gritar que no debió ser ése su destino.

Quizá consuele que esa fuese noche de lluvia intensa en Motril y el alma de Pocho se fugara abrazada a su elemento: fundida en el agua, arrullada por el resonar del trueno, admirando el fulgor de los relámpagos a través de los visillos. Casi, casi, como un tornado bajo los cacaoteros en Bioko en época lluviosa.

Que los dioses te permitan dormir en su seno, amigo, compañero, hermano. Que tu espíritu comparta el gozo de estar ya junto a quienes se fueron antes soñando con ese día que tanto demora su llegada. Con vuestra ayuda y nuestro esfuerzo, llegará, con seguridad, para que quienes, como tú, yacéis en frío suelo extraño, seáis acogidos por la tierna Tierra ansiada y descanséis definitivamente en paz, rodeados de los cuerpos de los ancestros y del vibrante clamor de los presentes.

Pocho Guimaraes Donato Ndongo
Amadlozi. Pocho Guimaraes

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28
María Bueno, Artista plástica

INICIO DEL TALLER
Creo que no hubo intención previa en hacer coincidir el estar, el desaparecer y la vuelta, pero el caso es que Pocho nació un 28, murió también un 28 y un tercer 28 acogió el primer taller de Alto Lizo que puso sobre la mesa la labor pedagógica del artista, su generosidad compartida entorno a los conocimientos del tejer y la impronta performática derivada de dicha acción en diálogo con ideas atrapadas en urdimbres, materiales y tejidos.

El taller tuvo lugar en el entorno rural de la provincia de Málaga; acogido en el espacio de creación por la también artista Cristina Savage y a finales de junio, donde Pocho tenía previsto trabajar y presentar su obra. Como buen maestro, él mismo se encargó de dejar semillas plantadas; una de sus alumnas, Arantxa Bergua, fue la encargada de acercarnos a la técnica del Alto Lizo que tan bien manejaba el artista. Alto Lizo en mayúsculas porque así le gustaba a Guimaraes verlo escrito; más de una vez dijo “que lo majestuoso debía ir en grande” y para él, la forma de tejer de la que continuó aprendiendo hasta que falleció, merecía todo respeto.

Pocho trabajaba en telares que él mismo creaba, instalados en casa. De gran tamaño, éstos solían ocupar el espacio central de una habitación o pasillo, gracias a andamios que iban desde el suelo al techo. La propia técnica textil de Alto Lizo, con su característica de disposición de la urdimbre y trabajo del telar en vertical, unido a la libertad con la que Guimaraes construía su obra adaptando dicho telar, permitía “liberar y dar cuerpo presente” en el espacio, a la pieza resultante. Como un pintor frente al lienzo, dejaba preparada la urdimbre para que le hablara mientras dormía y así poder visualizar la obra al mínimo detalle.

No deja de sorprender que, con cuidado y de forma paciente, en un primer acercamiento al esqueleto de la creación del artista, Arantxa y yo hayamos intuido cómo son las urdimbres de algunas de sus piezas; en este caso las tituladas “Messanga (Chaqueta urbana)” y “Yabode/ Paula es Na”, ambas de tamaño considerable. En la primera aparecen urdimbres pequeñas unidas a la central (Fig. 1). Esto quiere decir que hay pequeños tapices unidos al grande y, en la segunda, llegamos a la conclusión de que la urdimbre crea ya de partida un dibujo o ritmo inicial irregular, manteniendo las cuerdas separadas a diferente distancia para albergar fibras teñidas por el artista, de gran peso y grosor (Fig. 2).

“Messanga (Chaquet urbana)”. Obra de Pocho Guimaraes
Figura 1. “Messanga (Chaquet urbana)”. Obra de Pocho Guimaraes

Las manos son aquí fundamentales y parecen que las del artista guían a las de la alumna en el momento del desarrollo del taller: tanto Pocho como Arantxa, con dedos ágiles y delgados, hacen ejercicios previos para “despertar” las extremidades superiores antes de tejer. Así abren canales para que ellas se pongan al servicio del tejido; cuerpo textil. Pocho enseñó a su alumna haciendo: la prueba son dos tapices dónde una parte está hecha por él, como ejercicio previo para ser replicado por ella, de abajo a arriba. Arantxa habla de “tocar el arpa” o acariciar con las yemas de los dedos las cuerdas de la urdimbre de la pieza a realizar por los participantes del taller y Pocho hablaba de cómo las fibras abrazaban cada cuerda de la urdimbre cuando se construía la obra, “como acto de generosidad y amor”. Le pido a Arantxa que nos explique diferentes anudados o tipos de tejer que se repiten en los tapices de Pocho, para poder crear una especie de muestrario. Aparecen la cadeneta, el pon-pon (nudo base), el zig-zag (uno sí, uno no/delante-detrás), el churro (o zig-zag enroscado) y el bucle (sencillo, doble, triple…) con anotaciones de ella misma, además de la doble urdimbre y el punto cosido para los añadidos. En un momento dado, Arantxa hace un gesto de las manos que se elevan en movimiento como un ave, parecido al que hizo el artista antes de “elevarse en último vuelo” en Motril.

DESARROLLO DEL TALLER
El “lizo” es un sistema de tejido que permite armar el tapiz en detalle gracias a la trama (hilo horizontal) que se desliza por la urdimbre (hilo en vertical). El espacio que se crea entre ellos y, por donde la trama a mano se introduce, se denomina la calada. El Alto Lizo se puede trabajar por secciones y desde la precisión, dando lugar a composiciones e imágenes complejas: desde abajo hacia arriba y de izquierda a derecha. La propia técnica del Alto Lizo tiene una contra-lógica.

Hagamos un ejercicio de memoria histórica, pues: cuando la tapicería o los revestimientos textiles dependientes de la arquitectura quedaron relegadas a la decoración, la función del ornamento (incluyendo el Alto Lizo) reconsideró y dio importancia a tal arte menor. La ciudad italiana de Flandes fue epicentro tapicero medieval por excelencia pero, en España y gracias al pedal del telar, fue donde más se consumió el Alto Lizo y empezó a fabricarse hacia el siglo XIV, compitiendo con el Bajo Lizo. El Alto Lizo le dio la vuelta al patrón textil que se tenía hasta el momento así que, a día de hoy, éste permite la deconstrucción del espacio, haciendo que podamos verlo de otras formas y desde otros ángulos. Pocho Guimaraes fue contemporáneo de Teresa Lanceta, con quien coincidió en varias ocasiones, tuvo como referentes a Joseph Grau-Garriga, Dolors Oromí, Aurelia Muñoz y por quien sentía una verdadera admiración; Marta Magdalena Abakanowicz.

El artista es arquitecto y albañil: en el proceso de tejer, el nudo es la unidad-base de construcción que abraza la urdimbre y levanta el tapiz como una especie de morada. Existen paradas, pero Pocho no viene atrás en sus tejidos. En esas pausas las manos del artista cambian de color, añaden material o engrosan la textura. Esto da lugar a interrupciones que provocan minúsculos espacios abiertos, aperturas por las que apenas entra la luz; incluso entre los elementos más inesperados que conforman la obra. Sí, Guimaraes es arquitecto y albañil a la vez. Por mucho que el proyecto arquitectónico pretenda tener unas pautas claras y establecidas en sus obras, el trabajo de albañilería rompe esos esquemas, al funcionar como una importunación constante.

Arantxa nos enseña que al bastidor se le puede dar la vuelta y podemos seguir tejiendo. El anudado continúa por detrás y, con paciencia, podemos levantar dos “paredes” unidas a la base. La artista Isabel Garnelo, asistente al taller, ingenia una madeja de papel de periódico y nos enseña al resto cómo hacerla. Otras participantes como la ceramista Pilar Bandrés dice que teje pensando en su madre. También Nacha Pancha deja escrito sobre la mesa de trabajo:

Tejerlo todo
Tejer sin mirar atrás
Escucho el error, lo dejo que me guíe,
Tejo nuevas formas rodeando y embelleciendo,
Así tejo yo.

FIN Y DESPEDIDA
Tomamos vino y fruta, dentro del taller se está fresquito mientras escuchamos a Salif Keïta. Arantxa comenta que Pocho y él se conocieron y que el cantante maliense le dedicó una canción al artista (concretamente, “Moussolou”).

También vuelve a hablar de la extraña coincidencia del día 28: “Dos más ocho diez. Uno más cero uno. Inicio y retorno. Pocho sigue con nosotros”.

Pocho Guimaraes María Bueno
Figura 2. “Yabode/Paula es Na”.

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Pocho, el eslabón suelto
Juan Tomás Ávila Laurel, Escritor, Annobón, Guinea Ecuatorial

El que esto escribe no le conoció tanto como lo vio al hoy recordado. Eso es, haberlo visto mucho no implicaba conocerlo otro tanto. Una de las razones de este descuadre, llamémoslo así, es que cuando lo vimos, aun sea de forma esporádica, ya estaba invadido de la nostalgia que le hacía recurrir a cualquier difusor de amargura para sobrellevar este hecho que afecta a muchos guineanos, y que en su caso se da por partida triple: que estando en cualquiera de las orillas del espacio hispano-tropical, no se encuentra asidero seguro para desarrollar la plenitud de las facultades atesoradas, viéndose obligado por ello a llevar una vida sobre el alambre. Y esto empezó desde que Francisco Macías ciñó el cetro fabricado por los muñidores del destino creado para los guineanos.

La confirmación de que sobre nuestro hombre pesaba la condición de una tercera pata quebrada se puso de manifiesto en 2010, cuando celebrando el día del libro, salió en cuero vivo a reclamar su pertenencia a un grupo de hombres que sí había bailado en público desde que sus descendientes fueron traídos por el capitán William Owen. Y sí, Pocho Guimarães hubiera sido miembro de la comunidad fernandina si los hechos anteriormente aludidos no les hubieran reducido a meros rescoldos apenas aprehensibles, y sin renegar de sus innegables y robustas raíces bubis.

El recuerdo perdurable de la vida de Pocho Guimarães, artista que fue de tejidos sacados milagrosamente de la nada, o de los desechos de nuestra cotidianidad, es que tuvo conciencia de que pesaba sobre Guinea, expresada sobre los tres pies que la sostenían y le relacionaban con ella, la condición de que la cuesta abajo era de forma dolorosa e irremediable. Y por eso cuando sintió la quemazón por enésima vez dejó dicho (y de ello escuchamos ecos) que a su tierra ya no volvería. Bueno, sí supimos que si hubiera tenido alguna certidumbre de que algún remedio se podía hacer para mitigar la cuesta abajo hubiera vuelto, desdiciéndose de sus palabras. Y por lo que ya dijimos arriba. El recuerdo sucinto de su vida nos hace pensar que ya no hay mucho que decir. Nos ha dejado el testigo para ser parte del polvo cósmico consciente.

Obra de Pocho Guimaraes
Obra de Pocho Guimaraes

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En memoria de Plácido Bienvenido Guimarães Malabo Muatariobo
Celestino Okenve Ndo, Universidad Politécnica de Madrid

Os hablo de un tiempo que los menores de 50 años no pueden conocer. Ese tiempo era el eslabón entre la Guinea que luchaba con dificultad por asomarse a la modernidad, y el momento en que llegó la tragedia que disipó las esperanzas que teníamos los que vivimos este periodo acelerado. Nosotros vivimos entre la esperanza y el orgullo de los años 60 y el horror de las muertes inexplicables cuyo momento más álgido fue de 1969 a 1974. Yo viví con Plácido (al que vosotros pusisteis Pocho) desde 1961 a 1968, como alumnos internos del Colegio La Salle en Bata. En el curso 1961-1962 estábamos en el curso Ingreso y en el siguiente empezamos el primer curso de bachillerato. El nació en 1951 en Basupú y yo en 1950 en Mikomeseng, éramos prácticamente coetáneos. No solo éramos compañeros como internos, sino que compartíamos la misma aula de clase, los mismos cursos de Bachillerato.

El colegio La Salle de Bata se creó en 1959 y así se convirtió en el segundo centro de enseñanza secundaria en Guinea. El primero era el Instituto Cardenal Cisneros de Santa Isabel, que llevaba un tiempo funcionando como centro adscrito al Instituto Cardenal Cisneros de Madrid y luego se hizo independiente justo cuando en 1959 se crean las dos provincias de Fernando Poo y Río Muni y se abandonó el nombre de Territorios Españoles del Golfo de Guinea. La Salle era un centro propiedad de la Diputación Provincial de Río Muni, que absorbió las funciones que en el pasado llevaba el Patronato de Asuntos indígenas en su labor social. Algunos alumnos provenían de la Casa Cuna de Mikomeseng. En el centro La Salle se formaba el bachillerato laboral o técnico hasta el curso quinto en que se hacía la reválida para obtener el bachillerato técnico de grado elemental y después se creó una escuela de maestría industrial que formaba alumnos de oficialía industrial en la especialidad de carpintería y mecánica. Con la celebración por el régimen franquista de los 25 años de paz y la promulgación del Estatuto de Autonomía en 1964, se construyeron al lado del centro La Salle un instituto de Enseñanza Media, el Carlos Lwanga y la Escuela Normal de Magisterio, dirigidos también por los hermanos de La Salle.

Mi padre era sargento de la Guardia Territorial con destinos en Rebola, Baney y Basakato del Este. Cada vez que le cambiaban de destino, me tocaba matricularme de nuevo en la nueva escuela. Por eso mi padre decidió que ingresara en La Salle para tener una mejor continuidad y educación en mi formación. El padre de Plácido, Abilio Guimarães, también había decidido que su hijo ingresara como interno en el centro laboral La Salle. Había otros compañeros que también provenían de la isla, como Ildefonso Serafín Etopa. Mismo internado, mismos años y mismo curso. Y así, con otros 20 compañeros más, se creó la hermandad. Tres nombres de este nuestro grupo que a todos os sonarán son aquellos que decidieron formar parte del régimen político que se instauró en el país tras el golpe de Estado de 1979, a saber: Felipe Hinestrosa Ikaka, Francisco Obama Asué y Agustín Nze Nfumu.

En el colegio estaban presentes todas las etnias y razas de Guinea. La convivencia era muy buena, aunque a veces había algún alumno al que le gustaba gastar bromas a compañeros y profesores. En el internado teníamos misa todos los días después de la ducha. Algunos ayudábamos como monaguillos al padre capellán del colegio. Después de la misa venía el desayuno y en el descanso que seguía, llegaban los alumnos no internos y todos entrábamos a clase, siempre en orden después de estar formados en el patio del colegio. En la formación, el hermano prefecto o el Jefe de Estudios daba a veces unas indicaciones para ese día. A su lado solían encontrarse los “monitores”, unos jóvenes más mayores que nosotros, que solían vigilarnos durante los descansos en el patio y campo de futbol. Entre esos monitores se encontraba el que después daría el golpe de Estado y se proclamaría presidente autoritario de Guinea Ecuatorial, Teodoro Obiang Nguema.

Todos los años en Navidad se celebraba en Bata un concurso de coros entre varias escuelas y centros juveniles. Por supuesto, nosotros ganábamos casi siempre los concursos. Plácido y yo formábamos parte del coro de la Salle, al que se ingresaba después de una prueba de voz. Y por nuestra edad éramos de la primera voz, la más aguda. Teníamos un equipo de futbol que jugaba contra otros equipos juveniles. No nos iba mal. Nuestro portero era Miguel Oyono Ndong Mifumu, exministro de Exteriores de Obiang y Embajador en París y Bruselas. Fue entonces que le pusimos “Olobot” como alias. Unas cuantas veces, los internos íbamos al cine Okangong de Bata. Después se inauguró el cine Lea, a donde fuimos en algunas ocasiones. Íbamos andando, en fila de a dos con un par de hermanos y los monitores.

Creo que fue en 1963 cuando llegó Don Gonzalo, jefe del Frente de Juventudes que, con la ayuda de los hermanos, estableció la Organización Juvenil Española OJE en Bata, contando como primeros miembros a los alumnos de La Salle. Además de eso, se convirtió en profesor de Educación Física y de la asignatura Formación del Espíritu Nacional, donde nos enseñaban a ser buenos patriotas españoles con las doctrinas de José Antonio Primo de Rivera. No hace falta decir que todos nos afiliamos con entusiasmo a la OJE. Plácido se afilió, aunque no desfilaba muy militarmente. Por nuestra edad, pertenecíamos a la categoría de los más pequeños, éramos Flechas, luego fuimos arqueros y luego cadetes.

En el verano de 1963 salieron para la Península los primeros guineanos de la OJE a asistir a los campamentos juveniles de verano. A la vuelta, nos contaban sus experiencias y todos queríamos apuntarnos a los campamentos juveniles. En Bata y en Fernando Poo (hoy Bioko) se organizaron dos campamentos juveniles, solo con la OJE de Guinea. Entre otras actividades que desarrollaba la OJE estaba la música con las tunas. Me cuesta recordar si Plácido participó en la tuna de la OJE, supongo que Etopa se acordará mejor que yo. En las vacaciones de Navidad y de verano, todos los internos que vivíamos en la isla embarcábamos en el avión de Iberia, un DC-3, que hacía el trayecto Bata a Santa Isabel. Los pilotos nos dejaban ver la cabina. Después el DC-3 se cambió por un Convair Metropolitan, más grande y seguro. Éramos muy felices viajando juntos.

A los hermanos de La Salle también se les llamaba hermanos de las escuelas cristianas, una orden religiosa dedicada a la enseñanza, creada por un francés, Juan Bautista de La Salle. Aparte de los hermanos, había profesores seglares como el capitán jefe del sector aéreo de Bata, el comandante de Marina del puerto de Bata, una farmacéutica, el jefe del Frente de Juventudes como profesor de Gimnasia, el ingeniero del Servicio Agronómo, un maestro carpintero proveniente de su exilio en México, etc.

Como es evidente, nosotros los alumnos de La Salle éramos unos privilegiados. Nos enseñaron bien y nos educaron hasta cómo usar el papel higiénico. Y junto con la OJE nos enseñaron la disciplina y nos hicieron sentirnos orgullosos de ser parte de esta experiencia mientras esperábamos deseosos la llegada de la independencia. Tuvimos la suerte de ser unos privilegiados. Nuestros padres no tenían muchos recursos, pero hicieron una buena elección y además el bachillerato e internado se sufragó con las becas del Ministerio de Educación, llamadas de igualdad de oportunidades, para lo que tuvimos que pasar por un examen muy riguroso.

En el curso 1967-68 yo ya no era interno. Había dejado el bachillerato laboral después de la reválida elemental y me había pasado al bachillerato general del Instituto Carlos Lwanga, donde hice el bachillerato superior en Ciencias y el primer curso de Magisterio. Yo estaba ya algo alejado de mis anteriores compañeros, aunque iba a ver las películas que se proyectaban en La Salle las noches de los sábados. Al terminar la reválida los hermanos me informaron que había unas becas del Gobierno Autonómico para los que habíamos acabado el bachillerato y las solicité; fui admitido para estudiar en la Universidad Politécnica de Madrid. En el verano de 1968 en Guinea se hizo un referéndum y ganó la opción de la independencia. Me despedí de mi familia en Bata y me fui a Santa Isabel a preparar el viaje. Atrás dejaba a los compañeros y tenía un nudo en la garganta porque no pude abrazar a cada uno para decirles adiós. Nos volveríamos a ver, pensaba. Pero eso no ocurrió.

Algunos pocos, como Pocho, pudieron salir del vendaval político en que se convirtió Guinea y pudimos vernos a principios de los años 70 en Madrid. Yo residía en el Colegio Mayor Nuestra Señora de África y no entendía el vuelco de los acontecimientos de la crisis que arranca en marzo de 1969. Y Pocho llegó después que asesinaran a su padre. No era el mismo con el que habíamos vivido felices nuestra pubertad en el colegio La Salle. Habían roto nuestras ilusiones y nuestro corazón. Nos habían dicho años atrás que éramos la esperanza de Guinea y ahora en Madrid ni siquiera éramos guineanos ni tampoco españoles, después de haber cantado el Cara al Sol en los campamentos juveniles de Covaleda. Hoy, como entonces, me pregunto y nos preguntamos los que vivimos esa época que pudo ser el amanecer, por qué pasó todo lo que pasó. Por qué mataron nuestro futuro. Plácido se transformó en un bohemio, quizá al ver tanto crimen cercano en un país que creíamos idílico, todo en brutal contraste con la sensibilidad que nos esculpieron en Bata los hermanos de las Escuelas Cristianas. Se dio cuenta de la levedad del ser.

Pocho se ha ido con dolor. Es el mismo dolor que todavía llevo en el alma. Cómo una generación ilusionada por un porvenir que se creía brillante hemos sido maltrechos por unos cavernícolas que no sabíamos que existían entre nosotros. Hoy aquí, en recuerdo a Plácido Guimarães Matariobo, quiero exigir que nuestros hijos y nietos se propongan recuperar esa ilusión que quedó sepultada en los años 1970, para hacer florecer un nuevo amanecer donde una plaza en Malabo lleve el nombre del ingenioso artista con apellido Malabo cuya muerte hoy recordamos.

Hombrecillos. Obra de Pocho Guimaraes
Hombrecillos. Obra de Pocho Guimaraes

***

¿Dónde iba al tejer?
Rosa Cardús, Antropóloga

Hablar de Pocho es difícil, porque hace demasiado poco que se fue. Y porque el dolor y la nostalgia están demasiado cerca. Nostalgia etimológicamente significa “sentir dolor por la separación del origen” y algo hay de eso al recordarlo. Algo de mi propio origen como mujer adulta, con sus enseñanzas y sus provocaciones llenas de sentido. Conocí a Pocho a mis 26 años, cuando se me presentó en medio de una calle de Colwatá, en la ciudad de Malabo, yo recién llegada y luchando con unos perros callejeros que amenazaban con sus ladridos… Se me acercó sin más, me pescó una tarde cualquiera y me llevó a dar una vuelta por ese barrio que tanto conocía. Ató un hilo invisible en mis manos, con un nudo de esos que sabía hacer. Poco conocía yo en ese entonces de sus artes textiles, pero cogí el cabo y no lo solté, porque algo en mí sabía que esa persona no era cualquiera, y que no era por azar que nos encontrábamos. “Artista loco…”, pensé al principio, y ya sólo eso me atraía profundamente.

Pocho tejía, sobretodo de noche, y en esa trama iba comprendiendo el significado de mantenerse fiel a sí mismo. Cuando necesitaba inspiración, cuando las presiones eran duras, o cuando alguno de sus dolores llamaba a la puerta, salía a caminar en medio de la noche, y gritaba, recitaba, declamaba su mantra personalizado: “¡A kooooo…!”. Lo pronunciaba fuerte, para oírse a sí mismo y para que su voz llegara a las conciencias de lxs guienanxs, las estrellas y los gallos. “¡A kooooo…!”, y yo también le oía, entre sueños. Noches de comunicación con el cosmos, por encima de todo y más allá de la opinión de los que no le entendían. Y ya de día, con luz solar, me preguntaba, “Y tú, ¿quién eres?” De forma directa, desafiante, firme… y yo respondía gilipolleces… que si era de Barcelona, que si era antropóloga, que si era la pequeña de cuatro hermanos… y él me miraba serio y me decía “no, no… eso no… ¿tú quién eres?, insistía, ¿tú quién eres? ¿tú, quién ERESSS?

Estuvo meses lanzándome esa pregunta con tono provocador, como una exigencia. Y yo, pequeña, me desorientaba, porque nadie antes me había preguntado eso, en ese sentido ni con esa intensidad. Hizo la pregunta que los Maestros saben que es indispensable, y con ello despertó la necesidad de responderla, marcando mi camino para siempre. Se convirtió en mi Padre, de manera natural. Me llevó a Moka y llenó mi Ser de esa espiritualidad que aún pervive, escondida tras la casa ancestral de cada uno… Encendió su fuego y allí estuvimos despiertos, bien cerca de las llamas, bien cerca de nosotros, sin dormir hasta que saliera el sol como marcaba la Tradición. Silencio, fuego, tres cepas y llamada a los Ancestros… “Mis ancestros son tus ancestros, te he presentado y te protegen”. ¿Algo más podía esperar yo de esa Guinea Negra que me acogía como se hacía antes con los extranjeros, como si fueran familia propia? Pocho me enseñó todo lo que yo necesitaba saber en ese momento, huyendo de la Europa fría y desacralizada en la que nací. Allí aprendí que se puede tener familia en el otro lado del mundo, que hay lazos que van mucho más allá de la sangre y que no se escogen, que hay otras dimensiones detrás de lo visible y que, así como hay gente que nos acompaña a crecer, también será nuestro turno de hacer lo mismo con los que vienen.

Su camino no fue fácil, porque en ningún momento tuvo una vida estandar. No se vendió nunca, no se dejó domesticar, ni cedió a otros tipos de vida que para algunxs hubieran sido más aconsejables. Tampoco permitió humillaciones… No traicionó su necesidad de Creación, aun viviendo sin dinero y sin reconocimiento hasta los últimos años. No importaba, porque su Verdad era más poderosa que convenciones, comodidades, estatus o estabilidad. Porque la Libertad es eso… conocer el propio camino y mantenerse en el propio tapiz hasta completar la obra… Sin ser más ni menos que los demás… Simplemente Siendo, de manera genuina. ‘A koooo…”.

A la vez, su camino tuvo también un alto precio, porque lo separó de personas que amaba, y que siguió amando aun con los años y la distancia. Conoció el dolor y podía sumergirse en él, y gritarlo, e intentar metabolizarlo a través del tejer… Soy testigo de ello. Todos tenemos nuestras heridas, todos cometemos errores y todos hemos sido víctimas de errores ajenos. Si sirve de algo, a quién pudiera servirle, me gustaría decir que su vida de artista no comportó, en ningún momento, que su corazón olvidara o dejara de amar a aquellxs que en su día amó. Nunca se enfrió, porque su fondo era tierno, sensible, limpio. Es cierto que siguió el Camino, en apariencia, solo, pero dentro llevaba a quién amaba, aun asumiendo las consecuencias de sus actos.

Siempre valoré su arte, aunque siempre lo valoré más a él. Hombre bailarín, amante de la música, irreverente, provocador, justo, con una masculinidad tan bien equilibrada con lo femenino. Por la calle, ya en los últimos años en España, caminaba contento, ligero, y se paraba frente a un niño cualquiera para hablarle, jugar con él y establecer un vínculo jovial y vivo. Sonreía. Y recogía conchas, y honraba el agua y el mar, y la selva, y las montañas. Apertura y alegría de vivir brotaban como si los años no hubieran pasado, y mantenía esa inocencia infantil a sus 70 años. Y eso, también, es de Maestro.

Ese hilo de Colwatá se fue convirtiendo en tejido, y poco hubiéramos imaginado que sería tan fuerte como para mantenernos unidos hasta mirar a la Muerte juntos. Fue una nueva lección, me la mostró delante, implacable, afilada y rápida. Y encendimos un nuevo fuego, y llamamos a los Ancestros… e hicimos lo que pudimos, entre bailar, reír, llorar y respirar juntos. Morí un poco con él, también.

Es curioso, desde que se fue, me pregunto qué sentía, tantas noches de su vida, tejiendo y tejiendo hasta la salida del Sol… ¿Dónde iba al tejer? Esos eran sus momentos, nadie pudo entrar en ellos. Era su secreto, su conexión y su búsqueda. Nos quedan las obras, pero lo importante era el Camino, y los miles de noches tejidas podrían ser símbolo del ser humano que se cura, se realiza y se trasciende en la intimidad de sí mismo y del misterio. Sólo tengo agradecimiento, respeto y amor profundo. Vuela alto, Pocho… a esa Luz tan anhelada. Aquí estaremos bien. Y en el Alma seguiremos sujetando ese hilo que es puente, amándote.

Obra de Pocho Guimaraes
Obra de Pocho Guimaraes

***

Réquiem a Pocho
Recaredo SILEBO BOTURU, Poeta, dramaturgo, Bareso, Guinea Ecuatorial

Fuiste:

Potencia,
Orquesta,
Chungón,
Omnipresencia.

Fuiste gotas de lluvias inundando de alegría las calles de Colwata,
chispeos de luz
en la insensatez del tiempo,

¡Ay, Pocho!

Convertiste en poesía los vestigios de tu barrio,
pusiste alas a los sacos abandonados
para convertirlos en navíos
que nos ayudaron a soñar otros universos,

nunca fuiste fuego ni lluvia.

Caminaste descalzo, pisando el sendero de la vida,
colocaste alas a tus tapices para emprender solito y en silencio
tu vuelo al encuentro de los ancestros de tu Moka querida.
Espero
que la mar salada de Moraka te haya recibido gozosa,
que las reposadas aguas del lago Biao
te reserven un espacio para construir tu lecho.
Espero
que las luciérnagas de tu Moka te hayan abrazado,
que los grillos de tu Bioko te hayan cantado.
Ve tranquilo al encuentro de los ancestros
para que juntos nos ayudéis a abrir puertas y conectarnos con la luz

que tanto nos falta.

Plácido 'Pocho' Guimarães
Plácido ‘Pocho’ Guimarães

***

Malabo y Madrid, 10 de mayo, 2025.

Nota: todos los trabajos artísticos que acompañan a los textos son obra de Pocho Guimaraes.

El resto de los textos que forman parte de este homenaje pueden consultarse en el archivo completo, donde se recogen todas las contribuciones enviadas por quienes quisieron recordar a Pocho con sus palabras. Compilación de textos por Recaredo Silebo Boturu:

  1. 1. Formas abstractas en tapices concretos. El arte de Pocho Guimarães en tres renglones. José-Fdo. Siale Djangany, Jurista y escritor, Guinea Ecuatorial
  2. 2. Réquiem a Pocho. Recaredo SILEBO BOTURU, Poeta, dramaturgo, Bareso, Guinea Ecuatorial
  3. 3. Löueto Löelöe (Buen viaje). Mömó ETEO, Escritor, Guinea Ecuatorial
  4. 4. Pocho. Mitoha Ayecaba, Escritor, Guinea Ecuatorial
  5. 5. Pocho, el eslabón suelto. Juan Tomás Ávila Laurel, Escritor, Annobón, Guinea Ecuatorial
  6. 6. Se fue el noble Pótyó, registrado como Plácido Guimarães Malabo. Justo Bolekia Boleká, Universidad de Salamanca
  7. 7. En memoria de Plácido Bienvenido Guimarães Malabo Muatariobo. Celestino Okenve Ndo, Universidad Politécnica de Madrid
  8. 8. ¿Dónde iba al tejer? Rosa Cardús, Antropóloga
  9. 9. En recuerdo de Pocho Guimarães. Gonzalo Álvarez Chillida, Universidad Complutense de Madrid
  10. 10. Pocho in memoriam. Juan Aranzadi, Universidad Nacional de Educación a Distancia
  11. 11. Pocho Guimarães: de Colwatá a Lanjarón. Susana Castillo Rodríguez, Universidad de SUNY en Geneseo, Estado de Nueva York
  12. 12. Pocho Guimarães: fragmentos de una vida. Benita Sampedro Vizcaya, Universidad de Hofstra, Nueva York
  13. 13. En recuerdo de Pocho, ya siempre en el corazón. Donato Ndongo-Bidyogo, Escritor, Guinea Ecuatorial

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