Reír juntos, como apuntó Freud, exige una comunidad de inhibiciones compartidas. Si el humor negro americano ha generado un conjunto peculiar de malestares, no sólo entre el público blanco sino en ocasiones entre el negro, se debe sin lugar a dudas a los costes –no siempre puramente psicológicos- de romper los tabús que lo subrayan. La torpeza, la payasada del ladrón de pollos de la actuación del minstrel se convierte en vehículo, aunque oculto a primera vista, para expresar resistencia y desacuerdo, a menudo a través de la revisión de los arquetipos del trickster o embustero con raíces folclóricas africanas. Buena parte de la tradición de la comedia negra ha sido moldeada por intentos de convertir las distorsiones grotescas de la identidad negra exigida por la América blanca en herramientas de una autoexpresión auténtica. La tensión resultante es un aspecto crucial del trabajo de muchas figuras canónicas de la comedia afroamericana, desde los autores anónimos de brindis como Shine and the Titanic al surrealismo hoodoo de Ishmael Reed. Fran Ross es una incorporación bienvenida a sus filas.
Ross nació en Filadelfia en 1935 de padres sureños que se habían mudado al norte durante la Gran Migración. Estudiante y deportista modélica, acabó el instituto antes de tiempo y estudió comunicación, periodismo y teatro en la Universidad de Temple. En 1960 se mudó a Nueva York, donde trabajó como correctora y periodista. Sus ambiciones de convertirse en humorista de monólogos resultaban un sueño lejano para una mujer negra de su tiempo. En 1974 publicó Oreo con Greyfalcon House, una pequeña editorial que fundó con su pareja, la artista visual Ann Grifalconi. Las reseñas fueron escasas, el libro apenas vendió e incluso una reedición en el 2000, quince años después de la muerte de Ross, no logró atraer a un público más amplio.
Su humor no pretende congraciarse con nadie ni provocar risitas entre dientes; los lectores se partirán de risa o se encogerán repugnados. El título, Oreo, alude al apodo de la protagonista, Christine, negra por fuera y blanca –en concreto judía- en el interior. El amorío de sus padres es un escándalo: al enterarse de que su hijo deja la universidad y está liado con una shvartze, la madre paterna de Oreo se desploma por “un infarto racista estilo ¡vaya zángano de hijo que tengo!”; la madre del padre, al enterarse de la inminente boda de la hija grita “¡Goldberg!” y le da una parálisis que deja su cuerpo “rígido como media esvástica”. Sus padres se divorcian estando su madre embarazada de su hermano pequeño, Moishe, alias Jimmie C. A los niños los cría su abuela Louise, que habla en un dialecto Uncle Remus plagado de palabras mal usadas y que se jacta de un saber enciclopédico de la cocina internacional, con especialidades que van desde el Leberknödel al ‘Pollo asado Golda Meir’.
Cuando su madre vuelve a casa, Oreo se entera de que su padre es un actor de voz de Manhattan, famoso por sus papeles como Zarza Ardiente en un anuncio donde una ama de casa es lapidada hasta la muerte por usar el detergente equivocado. Decide ir a su encuentro, con una mezuzá deslustrada y unos calcetines en referencia a la espada y las sandalias que Teseo lleva a Egeo en el mito griego. (Alusiones similares se aclaran en el último capítulo titulado “Guía para lectores veloces, no clasicistas, etc.”). El argumento picaresco sirve como pretexto para una serie de gags ingeniosos en un idioma bastardo mezcla de yiddish e inglés afro-americano rico en juegos de palabras y giros vertiginosos que van de lo vulgar a lo sublime. Personajes secundarios incluyen un editor de sonido mudo que se comunica a través de rótulos en forma de bocadillo de cómics; un niño actor llamado Scott Scott que habla inglés con gramática francesa, y un chulo con traje rosa con un monstruo con priapismo a su servicio, al que ordenará abalanzarse sobre Oreo blandiendo su gigantesco miembro. El ataque fracasará por el sistema de artes marciales de la joven (el Camino del Empuje Intercalado; CEI) y su barrera vaginal de alta tecnología creada por Ciudadanos Contra la Violación de Mamis.
Tan arrollador es lo absurdo que es fácil pasar por alto la maestría retórica de Ross. En ocasiones, su estilo se acerca a la poesía. En un bus urbano, Oreo ve a una mujer con “un vestido azul marino de lunares blancos atorado sobre su cuerpo como si de un trapo sobre un palo astillado se tratase; trizas de frases incompletas salían de su boca”. Cuando va a una sauna, Ross escribe: “sus ojos eran globos calientes de tapioca. Respiraba en bocanadas de fuego sin llama, como ráfagas exhaladas por dragones que revolviesen harmatanes abrasadores en su sudador privado”. Su léxico se nutre de lo extraño y lo maravilloso, sirviéndose de términos tanto coloquiales como anticuados. Lectores diligentes tendrán cerca el libro de Leo Rosten The Joys of Yiddish junto al Oxford English Dictionary y la página web del Urban Dictionary.
En la introducción a Hokum, la antología sobre el humor afro-americano que ha ayudado a recuperar a Ross, Paul Beatty se queja de la noción de “un pueblo… concebido no como poseedor de una conciencia colectiva sino de una vena humorística colectiva”. En Oreo, ambas son inseparables, y cualquier intento en esta línea se nos revela como indecente: encontramos la doble consciencia de Du Bois así como la influencia de Los negros de Genet, cuyo protagonista describe Ross a un amigo como un Oreo, “sólo que a la inversa”. Hay huellas del Black Arts Movement y alusiones a Richard Pryor, para quien Ross escribió durante un breve período de tiempo. Pero, como cualquier buen chiste, Oreo frustra el análisis académico convencional, incluso tras varias lecturas. Con la muerte temprana de Ross en 1985, América perdió una novelista dotada y original. Es de agradecer a Picador en el Reino Unido y a New Directions en los EE.UU. que hayan rescatado esta obra maestra del olvido.
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Adrian Nathan West es autor de la novela Aesthetics of Degradation, crítico literario para medios como el Times Literary Supplement, el Literary Review y el Los Angeles Review of Books, y traductor al inglés de más de una decena de libros del alemán, catalán, español, francés e italiano. Entre sus traducciones más recientes destacan Fortuny de Pere Gimferrer, La construcción de la Torre de Babel de Juan Benet, Die Schwerkraft der Verhältnisse de Marianne Fritz y Irre de Rainald Goetz. En 2017 ganó el Austrian Cultural Forum New York Translation Prize.
Texto traducido por Beatriz Leal Riesco, investigadora, docente, crítica de arte y comisaria independiente.
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