“Se nos quiere hacer creer que la mujer africana siempre está en el campo o en el mercado transportando algo en la cabeza o en la espalda”
Entrevistas realizadas por Renée Mendy-Ongoundou y Gnimdéwa Atakpama
Ken bugul significa, en wolof, “persona de la que nadie quiere saber nada” y es el pseudónimo utilizado por Mariétou Mbaye (Senegal, 1948) para escribir. La fuerte implicación auto- biográfica para tratar temas polémicos, como la ablación, la poligamia o la prostitución han ido caracterizando toda su carrera literaria, que inició el año 1982.
© Antoine Tempé
A continuación recopilamos tres entrevistas que giran en torno a su vida y experiencias y que tienen como hilo conductor tres de sus novelas.
Sobre la novela Riwan ou le chemin des sables ( Riwan o El camino de arena, Ediciones Zanzibar, 2005)
Renée Mendy-Ongoundou: ¿Podríamos decir que Riwan es, ante todo, una historia de mujeres?
Ken Bugul: Sí, es una historia que me ha permitido hablar de las mujeres africanas. Siempre digo, aun cuando parece ambiguo, que amo a las mujeres, me gustan. Las encuentro guapas y dulces. Nací en un ambiente polígamo donde los niños conviven mucho con las mujeres. Las niñas juegan a papás y mamás entre ellas. Aprendemos a darnos besos entre chicas, no con chicos. En África, la virginidad se debe pre- servar. Todo esto ha influenciado mucho en este amor que tengo por las mujeres.
Hablas de los juegos entre las niñas. Con Riwanpocas veces una mujer ha llegado tan lejos con la sensualidad, con las bromas entre las mujeres y la evocación de las danzas eróticas, por ejemplo. Es un libro muy sensual…
En efecto es muy sensual, pero a la vez es verdad. Una gran parte de este libro se corresponde con lo que he vivido. Se nos quiere hacer creer que la mujer africana siempre está en el campo o en el mercado transportando algo en la cabeza o en la espalda. Se imaginan que no hacemos bromas, que no hablamos y que no conocemos nada. ¡Pero es falso! Escribo contra estos estereotipos y las ideas recibidas que se tienen de la mujer africana.
¿Has sido verdaderamente la mujer número 28 de un “seriñ”, de un marabú?
Sí. En aquella época, también lo entendí como un trabajo de búsqueda sobre mí misma. Estaba harta de ser una mujer de origen rural. Una musulmana. Una africana que ha ido a la escuela, que de golpe se ha encontrado en Occidente y muy implicada en aquella cultura. Me habían atraído la Ópera, los quesos, los vinos y me interesaba mucho la cultura occi- dental. Al mismo tiempo, mis dos culturas me imponían estereotipos. De una parte y de la otra querían que entrara en un molde.
Cuando llegué a aquel pueblo, el marabú ya tenía una cierta edad. Yo buscaba la referencia de un padre y de mi infancia. Tenía treinta y dos o treinta y tres años y quería volver a empezar mi vida. Después de buscar por todas partes, volví directamente a mi pueblo natal. El encuentro con el marabú significaba que se abría una puerta de salvación.
¿Qué es lo que te empujó a entrar en su harén?
Era la primera vez que veía tantas mujeres juntas. Yo, que más de una vez estuve dominada por los celos, las veía guapas y serenas, felices. Prácticamente fui yo quien sugerí al marabú de formar parte de su harén. Nos casamos sin que me enterara, lo supe por casualidad. Pero esto no me desagradaba, ya que amaba al seriñ. Era mi amigo. Casarnos era la posibilidad de exorcizar todas mis contradicciones y los celos.
Pero, de hecho, estas mujeres no son tan felices como parece. Para ver al seriñ, tienen que esperar su turno, lo que para algunas nunca llega. Para la última en llegar todavía es peor. Cada una tiene su momento para sentirse desgraciada…
Sí, pero a la vez insisto siempre en la dimensión religiosa y espiritual. Esta dimensión atenúa el lado material y físico. Todas, excepto Rama, disfrutan de esta dimensión espiritual. Por esto Rama acaba por engañar al seriñ y huir. Las otras trabajan la dimensión espiritual porque están bajo el “endiguel”.
Es el hecho de someterse y abandonarse a alguien. Es el dinamismo del muridismo. La mujer sólo puede estar bajo el endiguel de su marido, mientras que los hombres murids deben buscar un seriñ para estar bajo su endiguel. Esta sumisión total es igualmente la garantía del paraíso. Se prefiere hacer abstracción de una vida material y física para acceder a la vida eterna.
¿No es una fantasía?
¿Pero quién nos asegura que todo lo que hacemos no lo sea? El hecho de venir al Salón del Libro, de creerse emancipada y conceder una entrevista es igual de vanidoso que pensar en asegurarse el paraíso. En la vida todo es vano: nos creamos fantasías. Porque es mejor tener una cosa a la que aferrarse que no creer en nada. Necesitamos fantasías para vivir. Vivimos todos en ambigüedades porque no sabemos verdaderamente dónde se encuentra la felicidad.
En todo caso, uno de tus personajes no quiere saber si el paraíso existe o no en el más allá. ¡Quiere vivir el paraíso en la tierra!
Efectivamente, se trata de Rama.
Es un personaje absolutamente extraordinario. ¿Ha existido verdaderamente o te lo inventaste?
No me lo he inventado exactamente. Hace unos cuarenta años, me explicaron una leyenda que la sociedad crea para dar miedo a las chicas. Se trataba de una mujer que había engañado a su marido, se había ido de su pueblo y su casa se había quemado. Como chica que era, me hacía preguntas relativas a la leyenda: ¿se puede engañar a alguien? ¿Acaso Dios me ve cuando robo algo? Aquel personaje lo he mantenido toda mi vida en algún rincón de mi interior.
¿Por qué no has titulado el libro sencillamente “Rama”?
Al inicio, el libro se debía titular así, me parecía lógico. Es un nombre bonito y espiritual. El personaje me fascinaba. Pero el editor prefirió cambiar el título y priorizar a Riwan, que també encontraba fascinante. Yo quería hablar de las religiones y de las ilusiones donde vivimos. Y aprove- charme de este personaje, tan tradicional, para decir que no funcionamos todo el rato según las fantasías. De alguna manera, este personaje con el cual he vivido toda mi vida se me parecía.
¿Trabajar esta ambigüedad expresamente entre el personaje-narrador, tú y Rama?
Sí, es mi manera de escribir, como en Le Baobab fou. Es para demostrar la ambigüedad de la vida y de lo que somos. Soy la narradora-personaje, pero a la vez me gustaría poder ser Rama. Se me parece. Rechazaba la religión musulmana y al mismo tiempo pedía en secreto a Dios que me enviara señales de su existencia. Hoy, quiero creer y al mismo tiempo tengo dudas. Es por esto que escribo que la duda es necesario. Incluso es constructiva. He querido cuestionarme aspectos de la religión y de la vida.
Parece como si hablaras de todas las religiones. Del budismo, del muridismo, del cristianismo, del Dalai Lama…
Sí, y del Jesús que conocí en Polonia… Estoy en contra del sectarismo. Siempre he sido rebelde. Cuando tenía veintidós años estaba muy abierta al mundo, ¡incluso quería ser judía! El islam también me convenía para determinados aspectos. Pero no quería abandonarme a un islam que encuentro limitado, a pesar de todo el amor que tengo hacia él. Tengo una visión ecuménica.
Riwan es un personaje que cuesta clasificar. ¿Quién es?
Riwan, Rama y la narradora son los personajes centrales. Si los mezclamos, aparezco yo. Riwan llega loca a casa del seriñ. Yo también llegué trastornada porque estaba llena de contradicciones. El estado en el que me encontraba era una forma de locura. Riwan llegó encadenada porque se la considera peligrosa. Pero cuando llega a casa del seriñ encuentra la serenidad. Con respecto a mí, mi experiencia y bagaje intelectual hacían que necesitara analizar lo ocurrido. Necesitaba más tiempo que Riwan para reencontrar la paz. Poco a poco, el seriñ consiguió tranquilizarnos a las dos.
El seriñ tiene una forma extraordinaria de serenar a la gente…
Sí, por eso es seriñ y tiene tantas mujeres. Es un ser absolutamente extraordinario. En Senegal hay personas así. Pero se prefiere enviar a los que no están bien al manicomio o darnos pastillas. Mientras que un contacto humano, la suavidad en la voz, y recibir confianza y tolerancia, pueden resolver los problemas de un montón de gente. Deberíamos tener más seriñs, hombres y mujeres, para que el mundo fuera mejor.
Marchaste de casa del seriñ cuando se murió. ¿Has cambiado mucho después de esto?
A su muerte, fui a la ciudad y encontré trabajo tres días después. Estaba bien, había vuelto a ser yo misma. Ahora, funciono como una persona. He dejado atrás el arlequín que era, rota en mil pedazos, para convertirme en un ser humano. Esto me ha permitido saber que pertenecía al mundo. Soy como un árbol que tiene las raíces en África, pero cuyas hojas se desperdigan por el universo. Lo necesitaba: soy un ser preocupado, trastocado por la vida. El encuentro con el marabú y todas las mujeres me hizo mucho bien. Fue una experiencia absolutamente extraordinaria.
¿El seriñ era tan bueno y carnal como lo describes, o bien es fruto de tu imaginación?
Siempre digo que el hombre no tiene edad. Es cierto que era tierno, ¡y esto debe conocerse! (risas). No nos imaginamos que un seriñ es un ser humano. Pero cuando la puerta se cierra, es una persona de carne y hueso. Tiene ganas de divertirse y charlar. Por su apertura y su universalidad, se parecía a los hombres de mi generación. No sublimo al seriñ, como hacen otros, pero encontré una persona fantástica con la que hablar en un pueblo perdido. Él también se encontraba algo aislado y conmigo podía hablar de cualquier cosa. Aprendí mucho. Me rehabilitó, conmigo misma y con mi entorno. No lo olvidaré nunca. Si el paraíso existe y, al llegar, tuviera que escoger entre todo el mundo que conozco, lo escogería a él.
Sobre la novela Rue Félix-Faure
Gnimdéwa Atakpama: Has dedicado el libro Rue Félix- Faure a Cesaria Évora, entre otros. ¿El personaje de Drianké está inspirado en la diva descalza?
Durante mi búsqueda creativa, siempre asocio la historia que tengo en el corazón con una música, un color, un lugar y un tiempo. La música de este libro me la imaginaba en la calle Félix-Faure, una calle de Dakar habitada por inmigrantes de Cabo Verde que han dejado su isla desecada desde hace un siglo. Cuando iba a que las costureras de esta calle me hicieran la ropa, se oía el violín, la morna y la guitarra. Esto me hizo pensar en Cesaria Évora.
Pero el personaje de Drianké, que he novelado, está inspirado en la diva senegalesa Aminta Fall, ¡que Dios la bendiga! De hecho he dedicado el libro a Cesaria Évora, Aminta Fall y Djibril Diop Mambetty. La primera por el ambiente caboverdiano, la segunda por el personaje de Drianké (debo precisar que Aminta Fall no sufrió los abusos de un gurú como Drianké). Y, finalmente, a Djibril Diop Mambetty porque fue él quien me hizo conocer la calle Félix-Faure. Aunque soy senegalesa, no fue hasta los años ochenta que di con esta calle. Con Djibril entrábamos en los patios y las casas-bares clandestinos que encontramos un poco por todo por todas partes en África. Escribí el libro como un homenaje con el formato de un guión de película, cuyo final se encuentra en un manuscrito recogido una mañana en un patio de la callejuela Félix-Faure.
¿Fue con este libro como pasaste a ser la veintiocho mujer de un seriñ?
No, no tiene nada que ver. Los seriñs no tienen nada en común con los gurús, los moqadams y otros “profetas” modernos. Ya expliqué en Riwan ou le chemin de sable mi experiencia como mujer del seriñ, que se inscribe en mi búsqueda identitaria iniciada con Le baobab fou. En el Islam, como máximo puedes casarte con cuatro mujeres. El seriñ no transgrede la ley, sino que utiliza su autoridad espiritual y material para valorizar a las mujeres marginadas por la sociedad (viudas, repudiadas o con deformaciones físicas) y las reinserta en la sociedad dándoles un matrimonio, como un padre.
Se dice que el hombre que se case con una “protegida” del seriñ, esta le trae la felicidad. Por lo que a mí respecta, cuando llegué a Dakar era una mujer marginada. Con treinta y cinco años, no tenía hijos, no estaba casada ni tenía trabajo. Expliqué mi caída al infierno en el libro Cendres et braises. Para rehabilitarme me puse bajo la autoridad del seriñ, pero vivía con mi madre. Me reconcilié conmigo misma y con mi entorno. Hoy en día, los seriñs modernos son más individualistas y rechazan interpretar su papel de rehabilitación y reinserción.
El personaje de guía religioso tal y como lo vemos en Rue Félix-Faure es básicamente lo opuesto al que describes en Riwan…
El moqadam no es ni seriñ, ni marabú, ni imam. En principio es un término que designa al discípulo a quien su maestro delega un poder si considera que está capacitado. Mi libro denuncia a la gente que se proclama responsable de una vía espiritual desconocida y que organizan grupos de plegaria fuera de las mezquitas, en casas y garajes. Lo que me preocupa es la clandestinidad del fenómeno, puesto que hace posible la manipulación y la explotación económica y sexual. Desgra- ciadamente, las víctimas no se atreven a hablar.
Equivocadamente, creemos que las sectas sólo se encuentran en el cristianismo. Pero cada vez más asistimos a un fenómeno parecido en el islam. Generalmente, esto toma la forma de un islamismo radical. En Senegal, con la llegada de los “pro- fesores” venidos de Kuwait, de Irán, o de vete tú a saber donde, vemos a mujeres con el velo, totalmente cubiertas, con guantes y calcetines, que no saludan a los hombres, no van más a los ginecólogos, etcétera. Cosas que no tienen nada que ver con el islam negro. África, con su pobreza, enfermedades, refugiados, guerras, desesperados… se convierte en un terreno propicio para el desarrollo de estas sectas.
¿Podemos decir que todos los caminos llevan a la calle Félix-Faure ?
Sí, es una calle especial. Es la calle de la vida, de los bares clandestinos, donde corre el vino Kiravi Valpierre y la cerveza Gazelle Comba. En esta calle encontramos mujeres con las espaldas descubiertas, aprendices de filósofos, una cantante de blues, personas furtivas que persiguen un sueño con “la esperanza doblada de paciencia”.
¿Qué quiere decir “la esperanza doblada de paciencia”?
Es la premisa de los habitantes de Félix-Faure. Es algo como regresar a Dios. La esperanza es la base de la espiri- tualidad, de la elevación hacia Dios. Debes doblar la paciencia porque es esta la que hace que no te desfallezcas. Los habitantes de Félix-Faure no tienen nada material, pero sueñan, tienen proyectos. El futuro no les angustia. Tienen la esperanza doblada de paciencia. Son felices. Es por esto que digo que Dios vive en la calle Félix-Faure.
Vemos una clase de paradoja en los personajes femeninos del libro. Nos gustan porque, incluso en lo más profundo de su padecimiento, de su decadencia, continúan siendo dignas. Al mismo tiempo, tenemos la tentación de pensar que son objetivos fáciles.
Sin paradoja, no hay historia y, por lo tanto, novela. Me he inspirado en una historia que sucedió en Camerún. Una compañera mía, entre dos viajes, empezó a frecuentar una nueva iglesia donde decidió depositar todos sus ahorros. También los de su marido. La explotaron hasta la médula. Con violaciones colectivas diciéndole que así la purificaban.
Las chicas sufren el mismo destino por “curarse” de los problemas sexuales. Yo misma, he caído. Fue mi hija quien me salvó la vida. Me dijo: “Mama, tú que lees el Corán y la Biblia, ¿qué buscas en esta gente?” Es decir, no sólo se trata de pobreza y miseria. También los ricos y los intelectuales pueden caer. Los hombres de Dios siempre han sido respetados. Un traficante de drogas vestido de cura pasaría sin problemas por la aduana. Respetamos todo lo que nos recuerda a Dios. Especialmente las mujeres siempre han apoyado a las reli- giones desde Abraham, Moisés, Muhámmad, etcétera.
El moqadam transmite la lepra a algunas de sus víctimas. ¿Por qué la lepra y no el sida, por ejemplo?
Todo el mundo puede coger el sida a través de las relaciones sexuales, la transfusión de sangre, una jeringa… preferí hablar de la lepra por lo que representa. Se cree, equivocadamente, que es un estigma o una maldición. Y quería que el personaje del moqadam, este seductor arrogante y sin corazón, fuera leproso y estuviera obligado a esconderse. Finalmente, ya no es más un moqadam, sino su sombra.
Quería que fuera cortado a trocitos y que sus ojos explicaran por sí mismos la historia de su decadencia. Sobre todo quería que hubiera una reacción concreta, positiva. No quiero que caigamos siempre en el discurso victimista. Mostrar que se puede salir de las situaciones difíciles. Que las mujeres pueden encontrar la solución por ellas mismas sin pasar por un “salvador” cualquiera.
Sobre la novela La Folie et la Mort (La locura y la muerte, El Cobre Ediciones, 2005)
¿Por qué has escogido una radio como personaje central de La Folie et la Mort?
Antes, cuando te casabas, el dote tenía que ser de 15.000 francos CFA, un reloj, una radio y, si era posible, una máquina de coser. Las familias tenían encima de la mesa estos objetos que oficializaban el matrimonio. La protagonista ha recibido una radio de su marido que vive en Italia. Ella siente mucho afecto por el aparato, puesto que simboliza el marido que no está y, al mismo tiempo, le hace compañía y la instruye. Es un objeto con valor: desde el momento en que tiene la radio, el pueblo sabe que se ha casado.
También hay el hecho de que, en África, las radios nunca se apagan: a la gente les gusta mucho. La radio efectivamente es un personaje importante del libro, incluso central. La utilizo para vehicular mensajes a favor del “Caudillo”, que tiene un monopolio de los medios de comunicación. A través de la radio, que está omnipresente, se banaliza la intoxicación. El pueblo está condicionado por la radio que, poco a poco, se convierte en algo angustioso.
También es una crítica de los “caudillos” que utilizan la prensa como si les perteneciera.
Efectivamente, no hay ninguna información concreta. Pero se nos habla de las inauguraciones del gran Caudillo, de los viajes a su pueblo, de su hija que se casa, etcétera. Nuestros hijos son adoctrinados desde pequeños, cuando podríamos utilizar los medios de comunicación para informarnos mejor sobre los problemas de salud, higiene, educación…
Las escuelas están cerradas, los alumnos deben dar dinero para motivar a los profesores que cobran poco o nada, con clases de ciento veinte alumnos y algunos que van a la escuela con la silla bajo el brazo… Hay algo que no funciona. ¡Es la locura o la muerte! Este era el título inicial del libro.
Amidou Día me dijo que soy optimista, pues para ser realistas se trata de la locura y la muerte. En África, vivimos situaciones catastróficas, pero no hay alerta. Parece que todo fuera normal y funcionara como tiene que ser.
No hay nadie que se libre de las críticas, empezando por los cooperantes y la “francocracia”.
Ve a Dakar y comprueba la amplitud de la prostitución masculina. Con la miseria, los chicos se pasean para encontrar clientes entre los diplomáticos y los extranjeros. Dependen de ellos materialmente. Como Yaw (“tú” en wolof), en el libro, a veces se unen. Es muy habitual. Incluso hay mucho obispos y curas que tienen varios hijos. Tomemos otro ejemplo: la educación y la sanidad. El Banco Mundial y el FMI han decidido no subvencionarlas más en países en vía de desarrollo. Resultado: hace falta pagar para acceder a la educación y a la sanidad. Ves a los campus universitarios, las estudiantes tienen a veces hasta tres viejos que les ayudan a pagar los libros y los estudios. Igualmente vamos a la escuela, ¿pero a la escuela de quién? ¡Nuestros masters y nuestros DEA vienen todos de Occidente! Y nadie reacciona. O estamos locos, o hay algo que no funciona.
Pero, justamente, ¿cómo reaccionar?
Hace falta morir. Y morir significa rechazarlo todo. Debemos cerrar todas las puertas del continente. Necesitamos quedarnos en casa y que ellos se queden en la suya. Como dice Aminata Traoré, estamos oprimidos. Creo que hace falta morir. ¿Quiénes juzgaran a un muerto? Hace falta que el pueblo se subleve.
Ya no es posible, pues estamos “globalizados”…
¿Acaso me “globalizo” con Bernadette Chirac que tiene su palacio, mientras que yo todavía estoy pagando la casa que compré hace veinte años en mi pueblo? Nos podríamos globalizar con los países que tuvieran el mismo nivel de desarrollo que nosotros, para crear un mínimo de bienestar común, pues África cada vez es más miserable. Tomemos un país como Senegal. Incluso las familias que se denominan “medias” sólo comen una vez al día por falta de medios. Cada vez hay menos pescado, pues el mero se ha ido a las mesas de los grandes restaurantes europeos. ¡Hay algo que no funciona!
¿No hay otra alternativa que la muerte?
No. África debe morir para volver a nacer. Hace falta que cierre sus puertas para reencontrarse y reconocerse de otra manera. Debemos quedarnos entre nosotros, consumir localmente, mirar los programas africanos… Los que sobre- vivirán a esta muerte simbólica empezarán con bases nuevas sobre las cuales nos recompondremos con el mundo, fijaremos nosotros mismos los precios de las materias primas. Si no, sólo los otros se aprovecharán de la globalización.
Estás forzando bastante los hechos para hacer reaccionar a los africanos. Pero, al menos, existen pequeños intersticios de luz, como la alternancia política en Senegal o en Ghana…
Sí, hay motivos para esperar algo más de democracia. Pero la democracia no significa siempre el desarrollo. Si fuera así, Francia estaría desarrollada. Los fran- ceses viven de lo que consiguieron, del prestigio de sus antepasados. Los de hoy no han hecho nada. No porque las elecciones pasen sin demasiadas trifulcas los problemas desaparecen. Necesitamos justicia social. Esto es lo esencial y sólo puede venir de los mismos africanos.
¿Es para poder reaccionar a todas las injusticias que el libro es algo violento?
El libro es la imagen de la reacción de un africano que ha encajado demasiados golpes. Yo misma los he recibido y poco a poco la violencia me invade. Es el resultado de estar harta. En África, cuando se reacciona, siempre hay violencia. Esta violencia refleja también mi impotencia como individuo para poder cambiar las cosas.
Los escritores empiezan a menudo por la autobiografía. Ahora publicas tu primera novela no autobiográfica. ¿Has llegado a la madurez como autora?
En cada libro gano más madurez. Tengo la ambición de convertirme en escritora. Todavía no lo soy. Quiero escribir obras literarias. Pero la escritura autobiográfica quizás sea la más difícil. Hace falta responsabilizarse y hacer salir del estómago las cosas que a veces impactan. No hubiese podido escribir esta novela si no me hubiera desnudado a través de la autobiografía.
Este ejercicio me ha permitido abrirme a otros universos. Las preguntas de los periodistas, de los estudiantes y de los académicos que han leído mis libros también me enriquecen. Esta relación me hace ser más consciente y madura. Como autora, considero que los genios son los otros.
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Entrevista publicada en Africana. Aportaciones para la descolonización del feminismo (Oozebap)
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