Tania Adam – Barcelona | La intensidad de los acontecimientos de los últimos días y el estado beligerante que se ha proclamado han vuelto a poner de manifiesto no sólo lo vulnerables que somos, sino como nos creamos estructuras de seguridad que engañan a nuestro subconsciente (y sociedad) haciendo pensar que nada ni nadie nos puede perturbar.

Existe una extraña corriente que afecta a nivel del individuo y que nutre, no solo los medios, sino también la educación formal. Esta corriente se encarga de borrar la memoria histórica y aniquilar el pensamiento crítico en pos de un adiestramiento centrado en capacitarnos para el trabajo en la gran empresa. Como consecuencia observamos el mundo con unas gafas que nos hacen mirar “al otro” por encima del hombro pensando que somos portadores exclusivos de la verdad y la democracia. Una gafas defectuosas porque, entre otras cosas, no toleran la vulnerabilidad.

Las sociedades desarrolladas han encubierto la vulnerabilidad con consumismo. Se da a entender que el dinero, el “tener” y el Estado del bienestar pueden solventar parte de nuestras debilidades como “seres humanos”, pero es una falacia. No ser consciente de ello es peligroso porque nos desarma y nos vuelve todavía más débiles. Y eso es lo que nos está pasando. Se crean castillos de arena anhelando seguridad, pero no son más que eso, castillos de arena, y siempre habrá una ola dispuesta a arrasarlos. A mi entender, se han fomentado sociedades que van en contra del desarrollo del individuo porque han castrado elementos tan básicos como el dolor o la muerte, convirtiéndolos en temas tabúes, contratiempos para el progreso. Se nos olvida que a pesar de nuestra evolución, seguimos siendo humanos.

En Occidente se educa a las personas para que tengan capacidad prevenir pero no para resistir o sobreponerse al impacto. El resultado es la ineptitud para asimilar golpes duros porque se nos programa para ser felices, para afrontar la vida con optimismo, que no me parece mal, pero este proceso no se puede hacer obviando la otra cara de la moneda: es un continuo yin – yang. Como consecuencia las visitas a los psicólogos, psiquiatras o psicoanalistas aumentan, y no es casualidad. El “primer mundo” vive más obsesionado por tener una “falsa” seguridad que por saber lidiar con la vida, y este es uno de sus grandes problemas.

Por eso mirar a África, en concreto a Mozambique, para intentar contraponer sensaciones y pensamientos siempre me ayuda a relativizar. Pienso que la gente en Maputo vive en una constante sensación de peligro, un estrés provocado por la ausencia del “papa”; no hay un Estado “protector” si no un Estado que hace que aumente la susceptibilidad de que te pase algo. Evidentemente no digo que sea la situación ideal pero existe una conjunción compleja donde intervienen elementos culturales que serían interesantes de observar y admirar para recordar lo que somos y quizás aprender lidiar mejor con la vida. Usar este relativismo me ayuda incluso cuando me atacan la web y la desconfiguran unos hackers energúmenos sin motivo aparente. Entonces pienso que la vulnerabilidad traspasa las fronteras de lo físico para llegar al mundo virtual, lo cual no es una buena noticia.

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